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¡Por favor, políticos! ¡No nos hagan más daño! José Ignacio González Faus, sj., 28 de abril de 2016 a las 10:44

"Nos hemos creído los mejores demócratas del mundo. Y no. La democracia es una asignatura larga" ¡Por favor, políticos! ¡No nos hagan más daño! "Mi gran temor ahora es que mucha gente quiera mostrar su indignación no

«Nos hemos creído los mejores demócratas del mundo. Y no. La democracia es una asignatura larga»

¡Por favor, políticos! ¡No nos hagan más daño!

«Mi gran temor ahora es que mucha gente quiera mostrar su indignación no yendo a votar el 26 de junio»

José Ignacio González Faus, sj., 28 de abril de 2016 a las 10:44

¿No resulta evidente que sería más fácil dialogar con Cristina Cifuentes que con Mariano Rajoy, o con Errejón que con Pablo Iglesias? Y así sucesivamente…

Desolación. Es lo que creo que siente la mayoría de los ciudadanos ante el fracaso para formar gobierno, al que se suma el que cada partido echa la culpa a los otros sin mirar aquello de «la viga en el propio» ojo. Y eso, a pesar de haber proclamado que «los ciudadanos no nos perdonarán si no conseguimos entendernos».

Cada cual tiene sus propios culpables. También yo tengo los míos pero prefiero no citarlos porque sé que puedo equivocarme. Y porque me parece más importante reflexionar sobre algunas lecciones de este fracaso.

1. Con su incapacidad para el diálogo nuestros políticos han acabado dando la razón a Franco: «los españoles no estamos preparados para la democracia» decía el dictador con su voz gangosa. Y es verdad. Pero, en contra de él, no porque seamos españoles sino por ser humanos. El ego es el gran lastre de todos los seres humanos y el que más nos deshumaniza. Y desastres como el nuestro se han dado también en Bélgica (más de 500 días sin gobierno), en Italia…

Nuestro error ha consistido en que, visto que a la muerte del dictador conseguimos salir de la dictadura (y sólo Dios sabe si fue por puro miedo o por otra razón más democrática) nos hemos creído los mejores demócratas del mundo con nuestra típica petulancia hispánica. Y no. La democracia es una asignatura larga. Cuarenta años en ella apenas nos acercan a la adolescencia. Y quizá haya pasado a nuestros políticos como a los adolescentes: que su energía y su ignorancia les hacen creerse amos del mundo.

Esto podría haberse evitado si nuestros padres políticos nos hubiesen dejado algo que tiene ya la experiencia de otros muchos pueblos: el llamado balotaje, o segunda vuelta electoral. Si en la primera vuelta nadie obtiene mayoría, se programa una segunda vuelta a la que sólo concurren las dos formaciones que hayan obtenido más votos. Así se resuelve en solo dos o tres semanas lo que a nosotros nos ha llevado cuatro meses y, además, sin éxito. Eso permite aclarar también si el partido que ha obtenido más votos es el que ha ganado o es, más bien, el que también ha obtenido más vetos (cosa, en mi opinión evidente para el caso español). De hecho, tenemos ejemplos recientes (las pasadas elecciones argentinas, con Macri y hace unos 15 años en Uruguay con Tabaré Vázquez) donde resultó vencedor el que sólo había obtenido el segundo puesto en la primera vuelta.

«Elemental querido Watson», diría Sherlock Holmes. Pero también: «no hay peor ciego que el que no quiere ver».

2. Constituye un verdadero drama el que a los días perdidos se hayan de sumar ahoravarios cientos de millones, gastados en las estupidísimas campañas electorales. Una fortuna despilfarrada cuando nuestra deuda está en tan malas condiciones. Un dinero que no es de los políticos sino de los contribuyentes. Y sin saber cuánto dinero negro financiará a algunas de esas campañas, como ya nos ha enseñado la vida…

Para mí, la solución sería que no haya esta vez campañas electorales, que ya las hemos aguantado bastante -aunque camufladas- durante estos cuatro meses. O, al menos, que la campaña electoral dure sólo dos días, y se nos dejen otros doce para reflexionar que es lo que más necesitamos. Me pregunto si este Parlamento (hoy todavía no disuelto) podría aprovechar su última sesión para legislar en este sentido. Al menos así, habríamos sacado algún bien de tantos males pasados…

 

 

3. Otra medida para el futuro podría ser que, si vuelve a repetirse la escandalosa falta de acuerdo que se ha dado ahora, establezca la ley que ninguno de los candidatos fracasados pueda concurrir cuando se repitan las elecciones. Ya veríamos cómo entonces sí que se llegaba a un acuerdo cuando quien podría resultar dañado eran ellos y no el país. Y, por ejemplo, ¿no resulta evidente que sería más fácil dialogar con Cristina Cifuentes que con Mariano Rajoy, o con Errejón que con Pablo Iglesias? Y así sucesivamente…

4. Ojalá me equivoque. Pero mi gran temor ahora es que mucha gente quiera mostrar su indignación y su enfado no yendo a votar el 26 de junio. Ello sería calamitoso porque entre esas abstenciones no habría casi ninguna del PP y supondría una victoria más clara de este partido, al que votan millones de gentes muy piadosos que parecen rezar un rosario de «letanías marianas», una de cuyas invocaciones debe decir: «Refugium corruptorum, miserere nobis».

Pero dejemos las ironías. Quien quiera mostrar su indignación en las próximas elecciones sepa que no es lo mismo abstenerse que votar en blanco. Mucha gente cree que da lo mismo. Pero no es así porque los votos en blanco cuentan, y las abstenciones no cuentan. Si hay diez electores y tres se abstienen, el que saque cuatro votos tiene mayoría absoluta (cuatro de siete). En cambio, si de diez electores, tres votan en blanco, quien saque cuatro votos no tiene mayoría absoluta (porque ahora el cálculo es de cuatro sobre diez). Por favor: tengamos esto muy en cuenta y no dejemos de cumplir nuestra obligación de ir a votar, por hartos que podamos estar.

5. Y permítaseme terminar con una súplica a nuestra clase política. Por favor: ¡no nos hagan más daño! Recojan un poco sus egos: porque algunos dan la sensación de tenerlo tan grande que se lo pisan. Cuando redacto estas líneas aún no se ha disuelto el Parlamento. Busquen cualquier filigrana, cualquier argucia, para que podamos salir de lo malo, aunque sea sólo para quedarnos con lo regular (y quizá sólo por dos años). Y aunque a algunos nos gustaría mucho más lo bueno que lo regular.
Otra vez: ¡Por favor!