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La comensalidad de los discípulos de Jesús

Enviado a la página web de Redes Cristianas 1. La comensalidad de los discípulos de Jesús (Benjamín Forcano-Rufino Velasco) 2. El principio – Misericordia (Jon Sobrino) 3. El Papa Francisco: principios y claves que fundamentan su reforma de la

Enviado a la página web de Redes Cristianas

1. La comensalidad de los discípulos de Jesús
(Benjamín Forcano-Rufino Velasco)
2. El principio – Misericordia (Jon Sobrino)
3. El Papa Francisco: principios y claves que fundamentan su reforma de la Iglesia.
(Benjamín Forcano)

1

En memoria de mí
La comensalidad de los discípulos de Jesús

Benjamín Forcano –Rufino Velasco

Alcance y dificultad del tema
Al comenzar este tema, confesamos que nos acompañan dos sentimientos importantes: primero, que no vemos que dentro de la cristiandad haya una disponibilidad general a entender la Cena de Jesús –que hoy llamamos Misa o Eucaristía- tal como El la vivió y nos la quiso transmitir. Y segundo que, de ser esto verdad, el reto que se nos plantea es enorme: cómo reintroducir en los ámbitos de la vida cristianas la visión originaria deJesús.

Si uno está un poco familiarizado con la liturgia eucarística verá enseguida dos cosas: que es tema obsesivo el del sacrificio y el de que Jesús se convierte en altar, víctima y sacerdote. La Ultima Cena se reduce a “sacrificio”, siendo Jesús la víctima santa e inmaculada , que nos redimió del pecado original y queda , por tanto, como víctima preparada por el Padre para la Iglesia.
Creemos que transcurre por ahí el meollo de la cuestión: la ideología de sacrificio. Y la pregunta inevitable entonces es ésta: ¿Si la Ultima Cena no es sacrificio, por qué y cómo se ha reducido históricamente a esa categoría? ¿Qué significa propiamente esa reducción? ¿Cómo habría que entenderla y qué reformas serían necesarias?
Cuatro consideraciones previas

1.La Cena pascual de Jesús
La pascua judía coincide con aquel mes de Nissan (Marzo-Abril) en que la naturaleza se libera de las cadenas del invierno y que el israelita asimila con la esclavitud , cadenas que los padres tuvieron que soportar en Egipto durante siglos.
Esclavitud y liberación son, pues, las piedras fundantes de Israel, una experiencia que requiere una continua travesía , de manera que ninguno olvide la alianza que Dios quiso establecer con un pueblo de esclavos. La cena pascual es la madre de todas las fiestas. El Exodo de Egipto indica la necesidad de una liberación permanente.
Jesús, en su pueblo de Nazaret, revivía cada año en familia esta fiesta de la liberación del Faraón. La celebran en casa, sentados, en torno a una mesa con parientes y amigos, con los elementos que les llevan a recordar la historia de la liberación. Tal comida no se celebraba en la sinagoga ni el templo, ni contaba con sacerdotes, ni con lecturas estandarizadas, gestos ritualmente definidos, hábitos o útiles “sagrados”.
Hoy, sin embargo, la Eucaristía presenta una articulación estricta y meticulosa según el canon de cuanto en ella se desenvuelve. Y esto de manera uniforme, una y mil veces, por uno y mil sacerdotes, en todos los rincones de la tierra, y aunque se trate de una variedad infinita de personas, edades. situaciones, pueblos y culturas distintas.

La manera monóloga y ritualizada de entender la Eucaristía explicaría el hecho de que después de millones de Misas celebradas semanalmente en los cinco continentes, no acaezca nada nuevo en la sociedad, mientras la cena pascual de Jesús, teóricamente idéntica, ha marcado una vertiente en la historia de las religiones.

2.El Sacrificio de Jesús en el rito, clave de bóveda que sostiene el modo celebrativo de la Eucaristía actual
El concepto de sacrificio aplicado a la Eucaristía, subyace como base de un proceso histórico de la Iglesia, que condiciona la desigualdad entre sus miembros con la división entre clérigos y laicos y la sacralización de un poder destinado a mantener un orden y clases sociales.

Basta con recordar algunos textos del Magisterio elesiástico hasta el concilio Vaticano II: La comunidad de Cristo no es una comunidad de iguales, en la que todos los fieles tuvieran los mismos derechos, sino que es una sociedad de desiguales” (Constitución sobre la Iglesia, Vaticano I, 1870). – Por su misma naturaleza, la Iglesia es una sociedad desigual con dos categorías: la jerarquía y la multitud de fieles; sólo en la Iglesia Jerarquía reside el poder y la multitud no tiene más derecho que el de dejarse conducir y seguir dócilmente a sus pastores” (Pio X, Vehementer, 12.)

Estas ideas han arraigado profundamente en la cristiandad. Tan profundamente que aún hoy son guía y criterio de muchos.
La Cena del Señor centro de la liturgia de la Iglesia
1º) La Cena de Jesús como sacrificio
El concepto de sacrificio reaparece como centro de la oración de la liturgia. He aquí tan sólo unos textos: -“Oh Señor, que te sea agradable nuestro sacrificio que hoy se cumple delante de ti” .-“Padre clementísimo, te suplicamos que aceptes estos dones, este santo e inmaculado sacrificio”.- “En este sacrificio, oh Padre, nosotros tus ministros y tu pueblo santo, celebramos el memorial de la santa pasión del Cristo tu hijo”. -“Mira con amor, oh Dios, la víctima que tú mismo has preparado para la Iglesia” (SC, 7).“Orad, hermanos, para que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios Padre todopoderoso”.
El mismo concilio Vaticano II recoge esta tradición, aun cuando luego la modifique y enriquezca profundamente: “Nuestro salvador, en la última Cena, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con que perpetuara por los siglos , hasta su vuelta, el Sacrificio, memorial de su muerte y resurrección, y así confiara a su esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección; signo de unidad, vínculo de caridad , banquete pascual, en el cual se come a Cristo” (SC, 47).

2º) La interpretación dada a la Cena como sacrificio
Admitamos que la Ultima Cena sea un Sacrificio, ¿pero en qué sentido?
La historia de lo que le ocurrió a Jesús es muy simple: El es un profeta, se opone a toda ley inhumana, repudia el rumbo exhibicionista de una religiosidad interesada en las apariencias, propone una nueva imagen de Dios como Bondad sin fín y sin discriminaciones, ataca el objeto más sagrado para el israelita, el Templo, asociado a mercado y cueva de bandidos, hace el bien en modo y tiempos no oficiales, atestigua con autoridad que en el Reino del Padre entran primero los samaritanos que los fariseos, las prostitutas primero que los justos, los que han padecido primero que los que han gozado, los bondadosos de corazón primero que los poderosos, los operadores de la paz y de la justicia primero que los mojigatos que sacrifican animales.
Ciertamente, Jesús no dice que va a morir por los pecados del mundo, sino que es espiado, perseguido y condenado por blasfemo y sedicioso. Se ha hecho hijo de Dios y es un revolucionario político que pone en peligro la legitimidad del Gobenador romano. Y, para estos casos, las autoridades reservan la crucifixión.

3º) El sacrificio de los fieles
La ideología del sacrificio deforma ciertamente la figura histórica de Jesús y también de los congregados en su nombre en la asamblea de los fieles.
En la Cena última, Jesús trata de que los discípulos aprendan a hacer lo que él hizo, volviéndose disponibles y serviciales para que otros se beneficien. Es una cena pedagógica, internamente estimuladora.
La Eucaristía de hoy es, por lo general, impositiva, hay que limitarse a escuchar, repetir y hacer mecánicamente cuanto está reglamentado. La relación entre el sacerdote y la asamblea es vertical. Un único actor en escena, varón y ordenado, célibe, sentado sobre un trono, separado de los “súbditos”, y detrás del altar sacrificial, incapaz de intercambiar con los otros sus experiencias, por lo que lógicamente acaban por sentirse extraños los unos a los otros. La imagen del celebrante arriba y de los fieles abajo, visibiliza la separación de ambos polos. A través del rito se sanciona, en nombre de Dios, la disyunción irreparable entre quien retiene el poder de la palabra y quien está privado de ella; entre quien ordena y obedece; entre quien está sobre y quien está abajo; entre quien está sentado en un trono y quien es siervo.

5º) ¿Tran-sustanciación del pan o de los cristianos?
Primero. El concilio de Trento es taxativo: “En la Eucaristia, después de la consagración del pan y el vino, Jesucristo se contiene verdaderamente, realmente y sustancialmente bajo la apariencia de esas cosas sensibles”.
Son dos las condiciones para que Jesús descienda a la Asamblea: 1.Que esté la materia (pan y vino de uva). 2.Y que haya un celebrante (ordenado, célibe y varón).
Si el sacramento no es administrado por un sujeto “ordenado” tal sacramento no se da. Paradójicamente, la Misa es nula si se celebra por una comunidad reunida en nombre del Señor pero sin un sacerdote. Y es válida si se celebra por un célibe “consagrado” de una forma absolutamente privada.

En buena lógica, es así: si la Eucaristía es sacrificio y no Cena en recuerdo del Nazareno, entonces puede bastar el celebrante-sacrificante, dado que los sacrificados no tienen ninguna importancia. Una misa, en esta perspectiva, se considera válida aun con ausencia de los fieles. Un poco como si Jesús hubiera celebrado la “Cena de pascua” en soledad monacal. Queda así desfigurada la memoria de la Cena del Señor.
Cuando, sentado a la mesa, Jesús toma el pan y el vino y dice a sus amigos: cuando os reunáis en mi nombre, haced memoria de mí, de lo que ha sido mi vida y mi proyecto, salid dispuestos a perpetuar esta mi forma de vida, mi forma de entender a Dios y de trataros los unos a los otros: “También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros, como yo os los he lavado”.

Segundo: Se trata, por tanto, de saber no cómo ni cuándo se verifica la trasformación de la sustancia del pan y del vino en la del cuerpo y de la sangre del Señor, ni quién tiene autoridad para hacerlo, ni vivir pendientes de si la transustanciación se ha realizado en las condiciones debidas y si bajo la apariencia externa del pan y del vino está Jesús realmente y podemos adorarlo permanentemente.
A Jesús, no le interesa mínimamente modificar de un modo omnipotente un trozo de pan, ni que los fieles de medio mundo se reúnan para un rito semanal sin modificar la propia existencia. En continuidad con los profetas, recuerda que el Padre odia los sacrificios y le agradan sólo las plegarias seguidas de una cuidadosa atención hacia los necesitados y excluidos, porque ´La santidad habita en quienes de verdad escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica´” (Lc, 11, 27-28).

De la vida de Jesús es difícil deducir que tuviera mucho interés en que la hostia estuviera consagrada por un erudito representante. Su invitación es que los discípulos se saluden, se hablen con sinceridad, estén ligados con vínculos de amistad. Que sean una prolongación de la naturaleza amorosa de Dios.
Tercero: Si a base de repetir el rito del Sacrifico llegamos a convencernos de que ya estamos redimidos, en lugar de examinar en qué medida estamos cumpliendo su mandato “En esto conocerán todos que sois discípulos míos en que os amáis unos a otros”, no es difícil entonces concluir que nuestras eucaristías pasan a ser una idealización del amor, sin sospechar que a lo mejor estamos traicionando el sentido original de la eucaristía, pues en lugar de unidos, nos sentimos extraños; en lugar de pan para compartir una Cena asistimos a un sacrificio; en lugar de pan para compartir sólo hay “hostias” preparadas industrialmente; en lugar de presentar y distribuir bienes sólo se alcanza a dar alguna limosna.

Pese a esta constatación, el clero sigue validando la celebración de la Eucaristía sin que se cuestionen la necesidad de renovarla (cfr. SC, 11,14, 21,37) .
Con razón escribe José Antonio Pagola: “La crisis de la misa es, probablemente, el símbolo más expresivo de la crisis que se está viviendo en el cristianismo actual. Cada vez aparece con más evidencia que el cumplimiento fiel del ritual de la eucaristía, tal como ha quedado configurado a lo largo de los siglos , es insuficiente para alimentar el contacto vital con Cristo que necesita hoy la Iglesia.

El alejamiento silencioso de tantos cristianos que abandonan la misa dominical, la ausencia generalizada de los jóvenes, incapaces de entender y gustar la celebración, las quejas y demandas de quienes siguen asistiendo con fidelidad ejemplar, nos están gritando a todos que la Iglesia necesita en el centro mismo de sus comunidades una experiencia sacramental mucho más viva y sentida. Sin embargo, nadie parece sentirse responsable de lo que está ocurriendo.
Somos víctimas de la inercia, la cobardía o la pereza. Un día, quizás no tan lejano, una iglesia más frágil y pobre, pero con más capacidad de renovación , emprenderá la transformación del ritual de la eucaristía, y la jerarquía asumirá su responsabilidad apostólica para tomar decisiones que hoy no nos atrevemos a plantear”.

La misa no es un sacrificio
1.¿Qué es lo que caracteriza el sacrificio de culto?
El que ofrece el sacrificio a la Divinidad pretende ofrecerle un bien, grangearse su favor, hacerle intervenir en su provecho o aplacarle por crímenes cometidos. “Sacrificar es ofrecer algo a la Divinidad como don y, por consiguiente, perder lo que se ofrece, pero siempre bajo el principio del do ut des, te doy par que tú me des, es decir, para ganar algo, para recibir algo mejor que lo que se ha ofrecido o perdió. Y esto que es mejor es la ayuda de la Divinidad, su favor, su perdón” ( Roger Lenaers, Otro cristianismo es posible, Ed. Ab-yayala, , 2088, p. 186).

Quien procede así con la Divinidad es porque cree que a Dios le falta algo y se lo quiere dar. ¿Le ofrecemos a Dios un sacrificio porque es ávido de cosas materiales: animales, oro, plata, joyas, vino, aceite, incienso, etc. o más bien porque queremos demostrar su reconocimiento supremo dando o destruyendo en su honor lo que poseemos?
El sacrificio de expiación serviría para aplacar a un Dios que se siente enojado. Si Dios es justo y obra según razón y derecho, ¿qué es lo que lo que esperamos cuando le ofrecemos sacrificios de intercesión: que cambie, que revoque algo que no nos conviene, que se deje sobornar…?

Resulta extraño que estas prácticas hayan calado en la comunidad cristiana, contra la imagen que Jesús nos da de Dios. Jesús fue crítico con el culto sacrificial: “Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt 9,13). “A pesar de ello, una manera de pensar y de hablar cercana a la sacrificial no sólo revivió con fuerza en la Iglesia y penetró toda la piedad, sino que se impuso como interpretación oficial y exclusiva incluso de la muerte de Jesús, así como del culto central de los cristianos, la eucaristía. Esta interpretación de la muerte en cruz de Jesús y de la eucaristía creció íntimamente unida con la tradición cristiana y por eso pretende ser valedera” (Idem, p. 189).

2. La Eucaristía no es el sacrificio de la cruz
La muerte de Jesús no se la puede seguir interpretando como un sacrificio y menos como un sacrificio de expiación y , sin embargo, todavía se presenta la sangre de Jesús como un precio de rescate exigido por Dios.
El concilio de Trento interpreta la eucaristía como la representación del sacrificio de la cruz y aún, en el mismo Vaticano II, se nos dice que Jesús está presente en el sacrificio de la Misa: “Cristo está presente en el Sacrificio de la Misa “(SC, 7); ”Los trabajos apostólicos se ordenan a que todos participen en el Sacrificio y coman la cena del Señor” (Idem, 10).

3. Seguimos con la idea de la Misa como sacrificio
Creemos, en primer lugar, que debemos comenzar por abandonar el lenguaje de sacrificio tan presente en nuestra liturgia y hay que introducir otras interpretaciones más válidas y con otras palabras. Se puede. La eucaristía no es la representación incruenta del sacrificio de la cruz y que tiene un valor infinito. Porque si es un una representación, no es un sacrificio verdadero. Y si es una representación, tampoco se lo vuelve a hacer presente, pues un hecho histórico es irrepetible. La muerte de Jesús ni se repite ni se la sustituye.

En segundo lugar, la eucaristía no es sacrificio porque ni hay víctima (la cual sería Jesús) ni él es el sacerdote que la inmola (sería autinmolación). Jesús es víctima, ciertamente, pero “víctima de la alianza entre la razón del Estado romano y el odio de la Casta sacerdotal judía”.
En tercer lugar, ¿cuál pudiera ser el sentido de repetir constantemente un sacrificio de un valor infinito? ¿Es de valor infinito y se limita a liberar las almas del purgatorio? ¿En qué consistiría su eficacia infinita?
Cuando decimos ofrecer este sacrificio a Dios, ¿qué es lo que sacrificamos? ¿Queremos reafirmar que es Jesús mismo quien se sacrifica y pedimos a Dios que lo acepte? ¿Pero no lo aceptó ya ? ¿Vamos a regalar algo a Dios cuando El nos ha regalado todo? “Todo el ámbito semántico del sacrificio se nos ha vaciado de contenido y tal lenguaje no puede ser auténtico”. (Roger Laeners).

Hablemos , pues, de la eucaristía, pero desde otra interpretación.
“La última Cena es el aspecto privilegiado en el que Jesús , ante la proximidad de su muerte, recapitula lo que ha sido su vida y lo que va a ser su crucifixión. En esa Cena se concentra y revela de manera excepcional el contenido salvador de toda su existencia: su amor al Padre y su compasión hacia los humanos, llevado hasta el extremo. Por eso es tan importante una celebración de la eucaristía. En ella actualizamos la presencia de Jesús en medio de nosotros. Reproducir lo que él vivió al término de su vida, plena e intensamente fiel al proyecto de su Padre, es la experiencia privilegiada que necesitamos para alimentar nuestro seguimiento a Jesús y nuestro trabajo para abrir caminos al Reino. Hemos de escuchar con más hondura el mandato de Jesús: “Haced esto en memoria mía” (José Antonio Pagola).

En la Misa hacemos memoria de Jesús y, con él y como él, tratamos de realizar juntos nuestro compromiso por la unidad, la justicia, la fraternidad, el amor, el cuidado por los más pobres. Y tomamos aliento de la vida de tantos seguidores suyos, recordando su vida, testimonios y enseñanzas. Y esa memoria resulta inquietante, subversiva, comprometedora.

Cuando el Concilio se propuso la reforma de la liturgia, era consciente de que en la Liturgia se habían adherido muchos elementos históricos inapropiados, y así trató de procurar una reforma que hiciera comprensible la liturgia al pueblo, para lo cual era prioritaria la educación litúrgica del clero. Y señaló como contrarias a esa reforma una pretendida uniformidad en la liturgia que no respetara las cualidades peculiares de las distintas razas y pueblos, la negación de variaciones y adaptaciones legítimas a cada lugar, así como que los cristianos asistieran a la misa como extraños y mudos espectadores.
Epílogo: recuperar el único y común sacerdocio de Jesús
Tras dos mil años de historia, la Iglesia de Jesús ha seguido sus huellas, nunca perdió su razón de ser, que era vivir y anunciar el Reino de Dios, – el proyecto de Dios Padre- para fundar una familia universal, de hermanos, viviendo en igualdad, justicia, solidaridad y paz.

Lo que en un principio expresó y aseguró este proyecto, fue la vida misma de Jesús, libre ante otros proyectos, judíos y paganos, que lo desnaturalizaban con jefes, leyes, ritos y costumbres que establecían clases, desigualdades, discriminaciones y privilegios entre unos y otros.
1.Jesús no vino a encuadrar su vida bajo el marco de ningún poder religioso o civil, que lo pudieran apartar del Reino de Dios. Anunciaba lo más sencillo y primordial: todos éramos criaturas humanas, hechura de Dios, iguales en dignidad, valor, derechos y corresponsabilidad.
2.Esta igualdad primordial se desvaneció poco a poco apelando al mismo Dios, estableciendo entre El y la Sociedad una mediación sacerdotal, elevada a clase superior, dotada con poderes especiales sobre los demás, y que los diferenciaba esencialmente.

3.Jesús , con su vida, estableció otro camino para conocer, tratar y llegar a Dios. No exhibió títulos, cargos u honores que lo colocasen por encima de nadie, por eso no dejó de ser lo que era, un ser humano –el hijo del hombre por excelencia- igual que todos, un laico o ciudadano normal, que se proponía reivindicar lo que en las instituciones religiosas y civiles, respaldadas o no por Dios, aparecía en gran parte pospuesto y despreciado: el valor sagrado de todo ser humano y, en especial, de los que menos contaban para el Sanedrín y el Imperio: los empobrecidos y marginados. Esa iba a ser su preocupación básica, no permitir que a nadie se le arrebatase esa su dignidad y se lo sometiera a ninguna opresión o discriminación, por ser, precisamente los más necesitados y desfavorecidos, los preferidos de Dios.

4.Gran parte de la evolución de la Iglesia reposa sobre la extraña e histórica división que en ella se hizo entre clérigos y laicos, razón para justificar que la Iglesia es una sociedad de desiguales. Urge, por tanto, volver a la comensalidad fraterna, igualitaria y servicial de la Eucaristía para recuperar el significado auténtico del sacerdocio de Jesús, común y propio de todos sus seguidores y entender que la comunidad eclesial, toda ella es sacerdotal, y es ella la que en cada momento y situación debe determinar las tareas o ministerios que le incumben.
5.Para llevar a cabo esta su misión, él no fue ni se hizo llamar sacerdote al estilo judío ni de otra religión oriental. El iba a fundar un nuevo sacerdocio, más adecuado a la voluntad y modo de ser de Dios: desvivirse hasta el extremo para que nadie fuera menos que nadie, que nadie fuera esclavo, pobre, subordinado de nadie. Y, en su coherencia, le tocó enfrentarse con los guardianes del poder religioso y civil, que le exigían dejar de lado su ”heterodoxia”, su manera revolucionaria de presentar a Dios como Padre y valedor de los más pobres, demoledor a la par del poder, la soberbia, hipocresía y privilegios de los que decían representarle. Si algo se declaraba él era ser misericordioso y servidor de los más pobres, de los últimos. Su destino –obviamente- aparecía irremisible: sería crucificado.

6.Jesús, tras dejar expuesto y realizado en sí el plan de Dios, -su Reino, su proyecto- convocó a otros a que le siguieran e hicieran lo mismo. Y se lo dijo, después de vivir y ser acompañado por ellos, con entrañables palabras en la Cena de despedida: “Cuando os reunais en mi nombre, haced todo esto en memoria de mí”. Que ese reuniros para compartir el pan y el vino, en una misma mesa, sirva para recordar el camino que con vosotros he recorrido, las enseñanzas que os he dado, aquello por lo que yo he vivido , luchado y por lo que he sido odiado, perseguido y crucificado. Sólo así seréis comensales míos, auténticos comensales de la cena a mi lado hoy celebrada, y podréis transmitirla a otros muchos que quieran hacer suya nuestra causa: el Reino de Dios.

2
El principio-misericordia *
Jon Sobrino

1.El principio-misericordia
Por “principio-miericordia” entendemos aquí un específico amor que está en el origen de un proceso, pero que además, permanece presente y activo a lo largo de él, le otorga una determinada dirección y configura los diversos elementos dentro del proceso. Este “principio-misericordia” –creemos- es el principio fundamental de la actuación de Dios y de Jesús, y debe serlo de la Iglesia.
1 “En el principio estaba la misericordia”
Es sabido que en el origen del proceso salvífico está una acción amorosa de Dios: ”He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos y he bajado a liberarlos”( Ex. 3,7s). Dios escucha los clamores de un pueblo sufriente , y por esa sola razón, se decide a emprender la acción liberadora.

A esta acción del amor así estructurada la llamamos “misericordia” . Y de ella hay que decir: a) que es una re-acción ante el sufrimiento ajeno interiorizado, que ha llegado hasta las entrañas y el corazón propio y b) que esta acción es motivada sólo por el sufrimiento.
A su vez, la misericordia se convierte en principio configurador de toda la acción de Dios, porque a) permanece como constante fundamental en todo el Antiguo Testamento; b) desde ella cobra lógica interna tanto la historización de la exigencia de la justicia como la denuncia de los que producen injusto sufrimiento; c) a través de esa acción y de sucesivas acciones de misericordia se revela el mismo Dios; y d) la exigencia fundamental para el ser humano y, específicamente para Su pueblo es que rehagan esa misericordia de Dios para con los demás y , de ese modo, se hagan afines a Dios.

2 La misericordia según Jesús
Esta primigenia misericordia de Dios es la que aparece historizada en la práctica y mensaje del misereor super turbas de Jesús , lo que configura su vida y misión y le acarrea su destino. Y es también lo que configura su visión de Dios y del ser humano.
a)Cuando Jesús quiere hacer ver lo que es un ser humano cabal, cuenta la parábola del buen samaritano. Pues bien, ese ser humano cabal es aquel que vio a un herido en el camino , re-accionó y le ayudó todo lo que pudo. Lo único que nos dice es que lo hizo “movido a misericordia”.
La misericordia –como re-acción – se torna la acción fundamental del hombre cabal. Ser un ser humano es, para Jesús, reaccionar con misericordia ; de lo contrario , ha quedado viciada de raíz la esencia de lo humano, como ocurrió con el sacerdote y el levita, que “dieron un rodeo”.

Esa misericordia es también la realidad con la que en los evangelios se define a Jesús, el cual hace con frecuencia curaciones tras la petición: “ten misericordia”, y actúa porque siente compasión con la gente. Y con esa misericordia se describe también a Dios en otra de las parábolas fundantes: el Padre sale al encuentro del hijo pródigo y, cuando lo ve – movido a misericordia- reacciona, lo abraza y organiza su fiesta.
b) La misericordia es el amor, pero hay que añadir que es una forma específica del amor. El amor práxico que surge ante el sufrimiento ajeno injustamente infligido para erradicarlo. La misericordia es lo primero y lo úlimo: no existe nada anterior a la misericordia para motivarla , ni existe nada más allá de ella para relativizarla o rehuirla.

El samaritano es presentado por Jesús como ejemplo consumado de quien cumple el mandamiento del amor al prójimo; pero en el relato de la parábola no aparece para nada que el samaritano socorra al herido para cumplir un mandamiento, por excelso que sea, sino, simplemente, “movido a misericordia”.
De Jesús se dice que hace curaciones, pero no para recibir agradecimiento (ni para que llegaran a pensar en su peculiar realidad o en su poder divino, sino “movido a misericordia”.
Del Padre celestial se dice que acogió al hijo pródigo y que actuó simplemente “movido a misericordia”. Misericordia es, pues, una actitud fundamental ante el sufrimiento ajeno, en virtud de la cual se reacciona para erradicarlo, por la única razón de que existe tal sufrimiento y con la convicción de que , en esa reacción ante el no-deber-ser del sufrimiento ajeno , se juega sin escapatoria posible, el propio ser.

c) En la parábola se ejemplica cómo la realidad histórica está transida de falta de misericordia –expresada en el sacerdote y el levita- lo cual es ya espantoso para Jesús; pero, además los evangelistas muestran que la realidad histórica está configurada por la anti-misericordia activa, que hiere y da muerte a los seres humanos y amenaza y da muerte también a quienes se rigen por el “principio-misericordia”.
Por ser misericordioso –no por ser un liberal – Jesús antepone la curación del hombre de la mano seca a la observancia del sábado. Sin embargo, sus adversarios –descritos por cierto , con téminos antiéticos a Jesús : “la dureza de su corazón” (v. 5) – no sólo no quedan convencidos sino que actúan contra Jesús: “En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos contra él, para ver cómo eliminarlo”(v.6).
Cuando la misericordia es elevada al principio y subordina el sábado a la erradicación del sufrimiento, entonces la antimisericordia reacciona. Por trágico que pueda parecer, Jesús murió ajusticiado por ejercitar la misericordia consecuentemente hasta el final.

d)A pesar de eso, Jesús proclama: “¡Dichosos los misericordiosos!”. La razón que da Jesús es que quien vive según el “principio-misricordia” realiza lo más hondo del ser humano, se hace afín a Jesús, -el homo del dogma- y al Padre celestial. Jesús quiere que los seres humanos sean felices, y el símbolo de esa felicidad consiste en llegar a estar unos con otros, en la mesa compartida. Pero mientras no aparezca en la historia la gran mesa fraternal del reino de Dios, hay que ejercitar la misericordia y eso –dice Jesús-produce gozo, alegría, felicidad.

1.3. El “principio misericordia”.
En la actuación de Jesús, siempre aparece como trasfondo el sufrimiento de las mayorías, de los pobres, de los débiles, de los privados de dignidad, ante quienes se le conmueven las entrañas. Y esas entrañas conmovidas son las que configuran todo lo que él es: su saber, su esperar, su actuar y su celebrar.
Así, su esperanza es la de los pobres, que no tienen esperanza y a quienes anuncia el reino de Dios. Su praxis es en favor de los pequeños y los oprimidos. Su “teoría social”, está guiada por el principio de que hay que erradicar el sufrimiento, masivo e injusto. Su alegría es júbilo personal cuando los pequeños entienden y su celebración es sentarse a la mesa con los marginados. Su visión de Dios , por último, es la de un Dios defensor de los pequeños y misericordioso con los pobres. En la oración por antonomasia , el “padre nuestro” es a ellos a quienes invita a llamar Padre a Dios.
Que la misericordia está en el origen de lo divino y humano y que no es pura reconstrucción especulativa se ve bien claro en el decisivo pasaje de Mt. 25: quien ejercita la misericordia “se ha salvado”, ha llegado a ser para siempre el ser humano cabal. La vida de los humanos se decide en virtud de la respuesta al clamor de los oprimidos.

2 La iglesia de la misericordia
Este “principio-misericordia” es el que debe actuar en la Iglesia de Jesús; y el pathos de la misericordia es lo que debe informarla y configurarla. Si la Iglesia no está transida -por cristiana y humana- de la misericordia de la parábola, si no es antes que nada, buena samaritana, todas las demás cosas serán irrelevantes y podrán ser incluso peligrosas si se hacen pasar por principio fundamental.
2.1 Una Iglesia des-centrada por la misericordia
Es problema fundamental para la Iglesia determinar cuál es su lugar. Pues bien, el ejercicio de la misericordia es lo que pone a la Iglesia fuera de sí misma y en un lugar bien preciso: allí donde se escuchan los clamores de los humanos. El lugar de la Iglesia es el herido en el camino –coincida o no este herido, física y geográficamente , con el mundo intraeclesial-; el lugar de la Iglesia es “otro”, la alteridad más radical del sufrimiento ajeno, sobre todo el masivo, cruel e injusto.

Ponerse en ese lugar no es nada fácil para la llamada “iglesia institucional”, pero tampoco lo es para la llamada “iglesia progresista” ni para los puramente progresistas dentro de ella. Si es urgente, justo y necesario exigir el respeto a los derechos humanos y la libertad dentro de la Iglesia, tiene prioridad no obstante preguntarse cómo andan los derechos de la vida y de la libertad en el mundo. Este segundo enfoque está regido por el “principio–misericordia” y cristianiza lo primero , pero no necesariamente a la inversa. El cristianismo “misericordioso” puede ser progresista, pero éste, a veces, no es misericordioso. Es primario que la Iglesia se piense desde el exterior, desde “el camino” en que se encuentra el herido. Es urgente que el cristiano, el sacerdote y el teólogo, por ejemplo, reclamen su legítima libertad en la Iglesia, hoy coartada; pero es más urgente reclamar la libertad de millones de seres humanos que no la tienen simplemente para sobrevivir ante la pobreza, para vivir ante la represión, ni siquiera para pedir justicia o una simple investigación de los crímenes de que son objeto.

Todo sufrimiento humano merece absoluto respeto y exige respuesta, pero ello no significa que no haya que jerarquizar de alguna forma las heridas del mundo de hoy. Pero ya que la Iglesia es una y católica –según se dice de la verdadera Iglesia- hay que ver, ante todo, cómo anda ese herido que es el mundo en su totalidad. Cuantitativamente, el mayor sufrimiento, en este planeta, lo constituye la pobreza, que lleva a la muerte y a la indignidad que le es aneja, y ésta sigue siendo la herida mayor. Y esa gran herida aparece con mucha mayor radicalidad en el Tercer Mundo que en el Primero. Los humanos en el Tercer Mundo tienen muchísima menos vida y muchísima menos dignidad que los que han nacido en Estados Unidos, en Alemania, o en España.

Y si es verdad que en cada iglesia local hay heridas específicas y todas ellas han de ser sanadas y vendadas, las del Tercer mundo son la herida mayor para cualquier iglesia local. Si una iglesia local no atiende a esa herida mundial, no podrá decirse de ella que está regida por el “principio-misericordia”.
A todas las heridas hay que atender con misericordia, pero sin hacer pasar a segundo plano lo que es primero, e incluso preguntándose si una parte de la raíz de ese sinsentido –del malestar de la cultura- no proviene, consciente o inconscientemente, de la corresponsabilidad de haber generado un planeta mayoritariamente herido por la pobreza y la indignación.

2.3. La misericordia consecuente hasta el final
Cuesta mantener la supremacía de la misericordia sobre el egocentrismo, que inevitablemente acaba en egoísmo. De ahí, el “rodeo” del sacerdote y del levita. Pero cuestas mantenerla, sobre todo, cuando, por defender al herido, se enfrenta con los habitualmente olvidados de la parábola, los “salteadores”, y cuando éstos reaccionan.
En este mundo se aplauden o se toleran “obras de misericordia” pero no se tolera a una Iglesia configurada por el “principio-misericordia”, el cual le lleva a denunciar a los salteadores que producen víctimas, a desenmascarar la mentira con que cubren la opresión y a animar a las víctimas a liberarse de ellos.
Cuando eso ocurre, la Iglesia -como cualquier otra institución- es amenazada, atacada y perseguida, lo cual a su vez verifica que la Iglesia se ha dejado regir por el “principio-misericordia”, y no se ha reducido simplemente a las “obras de misericordia”.

A En América Latina, ambas cosas aparecen con toda claridad. La Iglesia configurada por el “principio misericordia” va más allá de las “obras de misericordia” y entonces es también tocar los ídolos, “los dioses olvidados”, lo cual no significa que sean ya los dioses superados, pues siguen bien presentes, aunque encubiertos. Así lo hizo y experimento Monseñor Romero. Comenzar y mantener la misericordia le supuso dolorosos conflictos intraeclesiales y arriesgar su anterior prestigio eclesial, su fama, su cargo de arzobispo y hasta su propia vida. Pero le supuso arriesgar algo todavía más difícil e infrecuente de arriesgar: la institución.
A nadie le meten a la cárcel ni lo persiguen simplemente por realizar “obras de misericordia”, y tampoco lo habrían hecho con Jesús si su misericordia no hubiera sido, además, lo primero y lo último. Pero cuando lo es, entonces subvierte lo valores últimos de la sociedad, y ésta reacciona en su contra.
A quienes ejercitan la misericordia les llaman hoy de todo. En América Latina los llaman -lo sean o no- “subversivos”, “comunistas”, “liberacionistas”…Y hasta los matan por ello.

La Iglesia de la misericordia debe, pues, estar dispuesta a perder la fama en el mundo de la anti-misericordia; debe estar dispuesta a ser ”buena” aunque por ello le llamen “samaritana”.
2.4. La Iglesia de la misericordia se hace notar como verdadera Iglesia de Jesús
La Iglesia regida por el “principio-misericordia” muestra que su fe es, ante todo, una fe en el Dios de los heridos en el camino, Dios de las víctimas. Su liturgia celebrará la vida de los sin-vida, la resurrección de un crucificado. Su teología será intellectus misericordiae, (iustitiae , liberationis, ), y no otra cosa es la Teología de la Liberación. Su doctrina y practica será un desvivirse téorica y prácticamente, por ofrecer y transistar caminos eficaces de justicia. Su ecumenismo surgirá y prosperará -y la historia demuestra que así ocurre- alrededor de los heridos en el camino, de los pueblos crucificados, los cuales, como el Crucificado, lo atraen todo hacia sí.

Pata terminar, tres cosas. La primera, que todo lo dicho hasta ahora no es más que reafirmar la opción por los pobres que debe hacer la Iglesia. Nada nuevo, por tanto. La segunda, que la misericordia es también una bienaventuranza; y, por ello, una iglesia que siente gozo y por eso puede mostrarlo anunciando el eu-aggelion, una buena noticia que es verdad y produce gozo. Y la tercera y la última, que una iglesia de la misericordia “se hace notar” en el mundo de hoy. Y se hace notar, de manera específica, con credibilidad. Con credibilidad en el ejercicico de la libertad en su interior y en la exposición razonable de su mensaje.
Y creemos que, hacer esto en la totalidad del mundo, supone la máxima credibilidad de la misericordia consecuente, precisamente porque ésta es lo más ausente en el mundo de hoy. Entre los aburridos de la fe, los agnósticos y los increyentes, esa Iglesia hará al menos respetable el nombre de Dios y éste no será blasfemado por lo que hace la Iglesia. Entre los pobres de este mundo, esa Iglesia suscitará aceptación y agradecimiento.
Una Iglesia de la misericordia consecuente es la que se hace notar en el mundo de hoy, y se hace notar “como Dios manda”. Por ello, la misericordia consecuente es “nota” de las verdadera iglesia de Jesús.

*Este artículo es un resumen esmerado hecho por Benjamín Forcano de la publicación del autor, Jon Sobrino, hecha en Sal Terrae, 927.

3

El Papa Francisco
Principios y claves que fundamentan su reforma de la Iglesia

1.Encuadre del tema
Estamos viviendo un tiempo propicio, que nos permite abordar el tema de las reformas de la Iglesia, con la conciencia de que, a juicio de la máxima autoridad, no somos sospechosos de herejía por poner a examen este tema tan importante. No siempre fue así, y no lo fue en estos 40 años posconciliares, donde el clima dominante era hacer tabla rasa del concilio Vaticano II y volver a reafirmar los planteamientos tradicionales más duros de una Iglesia jerárquica de pensamiento uniforme y absolutista.

Estamos retomando bajo la guía del Papa Francisco el espíritu y las pautas básicas de un concilio que, bajo dos pontificados (Juan Pablo II y Benedicto XVI) fue desactivado y cancelado. “Estamos saliendo, me decía en carta reciente Leonardo Boff, de un largo y tenebroso invierno eclesial”.
A nuestra generación, que le tocó vivir esperanzada la renovación del Vaticano II, le ha tocado también sufrir la ofensiva involucionista y restauradora de dos Papas. Fueron precisamente los teólogos, muchos de ellos testigos presenciales del acontecimiento conciliar y artífices de sus documentos, los que más directamente hubieron de soportar el golpe de la censura y la marginación, del silencio y la exclusión de la enseñanza, de sus escritos y publicaciones.

A muchos se les planteó un dilema: obedecer o ser fieles a su propia conciencia; obedecer renunciando a su pensamiento crítico y libre, o no obedecer para potenciar la fuerza liberadora del Evangelio.
Me parece entrever en este conflicto, el punto neurálgico en el que se actuó con deliberada frialdad y firmeza a fin de anular la renovación conciliar. Digo esto porque ahí se ventilaba el poder exponer, fundamentar y aplicar la nueva doctrina del Vaticano II, propuesta y reclamada por Pablo VI como el nuevo Catecismo para la Iglesia.
Esta opción legítima, solemnemente aprobada por el Concilio, quedó descartada. La moderna Exégesis y Teología venín a cuestionando muchas verdades integradas como intocables en el dogma; sometía a revisión cantidad de normas, ritos, procedimientos, costumbres que, si bien tuvieron sentido en otros tiempos, necesitaban de una adaptación o incluso de un abandono por no responder al proyecto y estilo el Evangelio.

No cabe duda de que a lo largo de la historia, la Iglesia debe ir dando respuesta a los problemas nuevos que plantea la sociedad y la cultura. Respuestas que se van sobreponiendo, mantenidas en ocasiones contra el sentir del pueblo y la evolución del saber. Es la tentación reiterada de quienes aposentados en el poder rehúyen instintivamente cualquier clase de cambio. Porque el cambio, analizando positivamente, busca nuevas soluciones, contrapuestas normalmente a la adoptadas en el pasado, que suelen contener niveles de desigualdad e injusticia, de intereses y privilegios que acaban formulándose como si fueran normas inmutables.
En esta tentación cayó la Iglesia a partir sobre todo de la Reforma Gregoriana, donde se llegó a colocar a la jerarquía, con el Papa a la cabeza, en el vértice supremo del poder. En ese tipo de eclesiología imperaba la desigualdad, el dualismo bipolar de pueblo y jerarquía, la pasividad y sometimiento extremos de laicado, la obediencia ciega, y la perfección cristiana con un doble tipo de camino, superior uno e inferior otro, marcando dos clases de desigual categoría.

Y este tipo de pensar y comportamiento se mantuvo hasta el Vaticano II. Hasta sus puertas tuvimos que seguir escuchando que la Iglesia de Jesús es la única dentro de la cual se logra la salvación, que es una sociedad de desiguales, que la sociedad de clases en ricos y pobres es efecto de la voluntad divina, que el derecho a la libertad religiosa es un delirio, que el matrimonio es un contrato para procrear donde resulta lícito el placer como prueba y expresión de amor, etc. etc. Y a todo eso habría que añadir una moral legalista, autoritaria, controladora, que se dedicaba a contabilizar transgresiones y más transgresiones, sobre una y mil leyes, generando temor y culpabilidad.
Cuando el poder se hace absoluto, y nunca más absoluto que cuando se ejerce en nombre de Dios, es difícil escapar a la tentación de no endiosarse, y de hacer pasar como divinas las razones y acciones de lo que se autootorgan la representación de ese poder. Y ocurre, casi inevitablemente, que los representantes de ese poder identifiquen la verdad con su verdad, la defiendan a sangre y fuego, frente a los que osan cuestionarla, y mostrar la arbitrariedad e intereses que encubren.

Pienso que es esta muralla, construida con la argamasa de leyes no aquilatadas por la razón, el diálogo y la responsabilidad humana, ni emanadas de la entraña y espíritu del Evangelio, es la que se interpone entre Jesús y la sociedad, y hace imposible las reformas de la Iglesia. Por eso, la medida certera para hacerla caer, es confrontarla con el proyecto y estilo de vida de Jesús de Nazaret. La verdad del poder no coincide con la verdad del Evangelio.
Y está ahí, creo, el pìlar que sustenta el edificio gigantesco de la autoridad piramidal de la Iglesia. Y nada puede lograrse si no cae ese pilar. Atreverse a denunciar que ciertos paradigmas del pasado, en que se tradujo y expresó el Evangelio, son relativos a un tiempo y cultura y, por tanto, revisables y perfeccionables, es para muchos traicionar la verdad el Evangelio, menospreciar la Tradición de la Iglesia, intentar destruirla.

Necesitábamos una voz nueva como la del papa Francisco:
“Mas que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en unas estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite: “Dadles vosotros de comer”( Mc 6,37. – EG, 46-49).
Podrían acreditar cuanto digo muchos testimonios, pero no renuncio a citar algunos, tan singulares que rozan lo increíble.
El primero es el del teólogo Ives Congar. Es anterior al concilio y nos lo cuenta él mismo, desde su exilio inglés, en una carta que escribe a su madre.

” (Todo me sobreviene por ) haber abordado problemas sin alinearme en el único artículo que quieren imponer al comportamiento de toda la cristiandad y que consiste en: no pensar, no decir nada sino que hay un Papa que piensa todo, que dice todo, y respecto al cual toda la cualidad del católico será obedecer… El Papa actual, sobre todo después de 1950, ha desarrollado, hasta llegar a ser una obsesión, un régimen paternalista consistente en que él, él solo, diga al mundo y a cada uno lo que es necesario pensar y cómo hay que actuar. Desea reducir a los teólogos a simples comentadores de sus discursos…Me es evidente que Roma jamás ha buscado ni busca sino una sola cosa: la afirmación de su autoridad. El resto no le interesa sino como lugar de ejercicio de esa autoridad. Salvo un cierto número de casos, representados por hombres de santidad y de iniciativas, toda la historia de Roma es reivindicación, fundamentación de su autoridad, y destrucción de todo aquello que no se conforme con la sumisión…”.

“Prácticamente me han destruido. Todo aquello en lo que he creído y a lo que me he entregado me ha sido retirado: el ecumenismo, la enseñanza, las conferencias, la acción con los sacerdotes, la colaboración en Témoignage chrétien; etc., participación en grandes congresos con los intelectuales católicos, etc. …. Me han retirado todo eso, lo han pisoteado, y me han herido profundamente… Yo sé que cuando persiguen a alguien es hasta la muerte. Los judíos también construyeron monumentos funerarios a los profetas, después de haberlos matado…”.

Un segundo testimono es e Bernhard Háring, uno de los mejores moralistas de la Iglesia católica. Ocurrió en 1979. La directiva del Santo Oficio, le convocó para exigirle el compromiso de abstenerse en el futuro de toda crítica sobre los documentos o comunicaciones de la Congregación, como teólogo no podía disentir de su Magisterio. Escribe:
“Agotado e indignado, respondí que, gracias a Dios, no estaba dispuesto a confundir la Iglesia con la CDF; de otra forma, no hubiera podido permanecer allí un instante más. Precisamente porque había creído siempre en la Iglesia también como institución, afrontaba con seriedad y respeto el proceso doctrinal, a pesar de la incompetencia de los “expertos” que redactaron el pliego de mis acusaciones. Salí, tras casi dos horas de interrogatorio y de reprimendas, que me hicieron sentir como un crío ante el preceptor. Deshecho, asqueado, y con la cabeza a punto de estallar; pero contento en mi interior y dando gracias a Dios que me había ayudado a no someterme a ningún acto servil” (Mi experiencia con la Iglesia, Ed. Covarrubias, 1992, p. 87).

Un tercer testimonio es el de Leonardo Boff. Tras un pulso en que se le exigía silencio por cinco años y se les desterraba a Corea del Norte, hizo pública una carta en la que decía:
“Hay momentos en la vida en que una persona, para ser fiel a sí misma, tiene que cambiar. Cambié. No de batalla sino de trinchera. Dejo el ministerio presbiteral pero no la Iglesia. Me aparto de la Orden Franciscana, pero no del sueño tierno y fraterno de San Francisco de Asís. Continúo siendo y seré siempre teólogo, de matriz católica y ecuménica, a partir de los pobres, contra su pobreza y en favor de su liberación.
De antemano digo: salgo para mantener la libertad y para continuar un trabajo que me estaba siendo grandemente impedido. Este trabajo ha significado la razón de mi lucha en los últimos 25 años. No ser fiel a las razones que dan sentido a la vida, significa para alguien, perder la dignidad y diluir la propia identidad. No lo hago. Y pienso que Dios tampoco lo quiere”.

Y un cuarto testimonio, Pedro Casaldáliga, un obispo pobre, poeta y profeta, libre y ejemplar si los hay: “Con mucha frecuencia los obispos creemos que tenemos la razón, normalmente creemos que la tenemos siempre, lo que pasa es que no siempre tenemos la verdad, sobre todo la verdad teológica, de modo que pido a los teólogos que no nos dejen en una especie de dogmática ignorancia. Y hablando de los teólogos en España, creo que es de justicia subrayar que hoy en España hay teólogos y teólogas (las teólogas son más recientes) a la altura de aquel siglo de oro, de las letras y del pensamiento españoles” (En el XVI Congreso de Teología, Los pobres, interpelación a la Iglesia, Madrid, 1996)

Tiene sobrada razón el Papa Francisco cuando en la GE escribe:
“No haría justicia a la lógica de la encarnación pensar en un cristianismo monocultural y monocorde. En la evangelización no es indispensable imponer una determinada forma cultural y a veces hemos caído en la vanidosa sacralización de la propia cultura” (GE 117)
Y resulta confortante oírle decir:
”La teología, en diálogo con otras ciencias y experiencias humanas, tiene gran importancia para pensar cómo hacer llegar la propuesta del Evangelio a la diversidad de contextos cuturales y de destinatarios. La Iglesia, empeñada en la evangelización , aprecia y alienta el carisma de los teólogos y su esfuerzo por la investigación teológica, que promueve el diálogo con el mundo de las culturas y de las ciencias. Convoco a los teólogos a cumplir este servicio como parte de la misión salvífica de la Iglesia”(GE, 133).

Los abusos y patologías del poder eclesiástico son reales, han dejado huellas en la historia de muchas vidas y sociedades, y no desaparecen de un día a otro. Están presentes, muy presentes y necesitamos documentación, libertad, paciencia y firmeza para hacer la reforma que nos impone el Evangelio , nos propuso el concilio Vaticano II y nos demandan los cambios y necesidades del mundo actual.

Era claro que con el Papa Juan Pablo II, se programó detalladamente la restauración en la Iglesia, desactivando el dinamismo renovador del Vaticano II y asegurando la vuelta al preconcilio.
La renuncia de Benedicto XVI, tras ocho años de Papa, fue insólita y muy significativa. Porque en toda la historia de la Iglesia era el primer Papa que, por decisión y libertad propia, presentaba la dimisión. Por decisión y libertad propia, repito, porque el caso de otros dos papas que lo hicieron no fueron así.
Benedicto XVI llevaba años en el Vaticano, conocía de cerca el vaivén y laberintos de la Curia, pero por humildad y responsabilidad llega un momento en que ve que no está capacitado para cumplir la misión que se le ha encomendado y su sabiduría teológica le dicta que el ministerio del Papa no es vitalicio y puede y debe dimitir. El es para la Iglesia y no la Iglesia para él; él se debe a la Iglesia mientras posea condiciones que le permitan servirla; no es la Iglesia que se debe a él y deba mantenerlo en su ministerio, aunque sea incapaz. Y dimitió, con acto humilde, sabio y coherente.

Y llegó el relvo con el Papa Francisco: “Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, (GE, 32) también debo pensar en una conversión del Papado. Como Papa fallo si no acepto las sugerencias que vuelvan mi ministerio más fiel al sentido que quiso darle Jesucristo, que lo abre a una situación nueva y que hace que el aspecto episcopal colegial tenga aplicaciones concretas , pues una excesiva centralización, más que ayudar , complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera”. (24-32). Y advierto que  “No debe esperarse del magisterio papal  una palabra definitiva  o completa sobre  todas las cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo. No es conveniente que el papa reemplace a los episcopados locales en el discernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus territorios. Es necesario avanzar en una saludable descentralización” (16) .
No podemos hacer más de la ley que de la gracia; más de la Iglesia que de Jesucristo; más del Papa que de la palabra de Dios. Sin el amor, el edifico moral de la Iglesia puede convertirse en un castillo de naipes. (34-39).

Principio primero del Papa Francisco para la reforma de la Iglesia: retornar a Jesús
Nuestro tiempo es un tiempo de grandes transformaciones y, en el aspecto religioso, se las quiere también asegurar mediante un retorno radical a Jesús. Ha habido de por medio muchas cosas que nos lo han alejado, oscurecido e incluso secuestrado.
Los evangelistas no pueden ser más claros: hablan de quienes quieran seguir a Jesús y explican qué deben hacer para ello.

Primero, que nadie pretenda asociarse sin saber a qué se compromete. El proyecto de Jesús no coincide con otros de la sociedad. Se trata de un proyecto que incluye principios, valores y compromisos bien concretos.
Segundo, abrazar su proyecto equivale a colocar en el centro de la vida los valores por los que Él ha luchado y vivido y que, inevitablemente, entrarán en conflicto con los valores de otros proyectos, que supondrán afrontar la incomprensión, la malquerencia, la calumnia, la persecución e incluso la muerte. A Él, esto le supuso la desaprobación y rechazo de los poderes establecidos de su tiempo, civiles y religiosos, del Sanedrín y del Imperio. Su talante y doctrina ponían en peligro los privilegios y el dominio que esos poderes ejercían sobre el pueblo. Ante ellos, Jesús hizo públicas sus denuncias, avergonzándoles y reclamándoles un cambio radical. Pero, el poder es impenitente, y se encontró con que su suerte estaba echada: decidieron e eliminarle.
Tercero, Jesús sabe que a sus seguidores les va tocar actuar en circunstancias parecidas, y se lo deja dicho: “Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío”.

El Dios de Jesús no es un Dios que habría pedido la inmolación de su Hijo para reparar nuestros pecados y que se recrea con nuestro dolor y sufrimiento. Ese Dios es un Dios contrapuesto al Dios Amor que nos revela Jesús.
La cruz de sus seguidores no son cruces materiales, que tienen que buscar y con ellas soportar e imitar su dolor. Dios no quiere el dolor por el dolor ni el sufrimiento por el sufrimiento. Se trata de otra cosa: la cruz, de Él y nuestras, vienen por seguirle, por adoptar su estilo de vida, por luchar y vivir por lo que Él luchó y vivió. No hay que buscarlas, vendrán como una consecuencia impuesta por otros, “a causa de su hipocresía, que les lleva a honrar a Dios con los labios y tener su corazón lejos de Él” (Mr 7, 6), a “mostrar una virtud aparente y albergar dentro maldades que manchan al hombre (Mc 7,22-23). “Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os expulsen y os insulten y propalen mala fama de vosotros por causa de este Hombre. Alegraos ese día” (Lc 6, 22-23).

Cuarto, el seguimiento de Jesús, con la consecuencia inevitable de tener que asumir la cruz que los fariseos, la gente hipócrita y mentirosa, nos impongan, no tiene sentido sino es porque anunciamos y practicamos un proyecto de convivencia distintos, unos valores que ellos repudian. Valores que están a la vista en las páginas de su Evangelio: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten, tened en dicha a los pobres y no a los ricos, amad no sólo a los que os quieren sino a vuestros enemigos, no juzguéis ni condenéis, antes de sacar la mota del ojo ajeno sacad la viga del propio, el más pequeño entre vosotros ese es el más grande, amad a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo, atended a cualquier prójimo necesitado con misericordia, dichoso quien escucha el mensaje de Dios y lo cumple, tened limpio todo no sólo lo de fuera, no paséis por alto lo más insignificante y no os olvidéis de la justicia y del amor, rehuid el honor y las reverencias, no abruméis a los demás con cargas que vosotros no rozáis ni con un dedo,…

Dicho de otra manera:
– Todos vosotros sois hermanos y, si hermanos, iguales; y, si iguales, merecedores del mismo trato y amor.
– El que aspire a ser el mayor, que sea servidor de todos. Que nadie se tenga en más que nadie; La soberanía de quien me sigue está en servir, no en mandar.
-Los últimos son los primeros. Debéis tener como predilectos a los últimos, a los que no cuentan en la política y en la sociedad. Ellos son los preferidos de Dios y, para Él, serán los primeros.
– Hacer un bien a los más pequeños, es como hacerlo a mí mismo. Los pobres son mis vicarios: los que me representan y hacen mis veces. Y la sentencia última de la vida se hará en base a cómo os habéis portado con mis hermanos los más pequeños

El Papa Francisco, escribe Leonardo Boff, está revolucionando el pensamiento de la Iglesia remitiéndose a la práctica del Jesús histórico. Él recupera lo que hoy en día se llama “la Tradición de Jesús”. La Tradición de Jesús o también, como se llama en los Hechos de los Apóstoles “el camino de Jesús”, se funda más en valores e ideales que en doctrinas. Son esenciales el amor incondicional, la misericordia, el perdón, la justicia y la preferencia por los pobres y marginados y la total apertura a Dios Padre. Jesús, a decir verdad, no pretendió fundar una nueva religión. Él quiso enseñarnos a vivir. A vivir con fraternidad, solidaridad y cuidado de unos a otros.
Lo que más resalta en Jesús es su buen sentido. Decimos que alguien tiene buen sentido cuando tiene la palabra oportuna para cada situación, un comportamiento adecuado y cuando atina rápidamente con el meollo de la cuestión. El buen sentido está ligado a la sabiduría concreta de la vida. Es distinguir lo esencial de lo secundario. Es la capacidad de ver y de poner las cosas en su debido lugar. El buen sentido es lo opuesto a la exageración.

Jesús, como nos dan testimonio los evangelios, se manifestó como un genio del buen sentido. Un frescor sin analogías atraviesa todo lo que dice y hace. Dios en su bondad, el ser humano con su fragilidad, la sociedad con sus contradicciones y la naturaleza con su esplendor aparecen con una inmediatez cristalina. No hace teología ni apela a principios morales superiores. Ni se pierde en una casuística tediosa y sin corazón. Sus palabras y actitudes muerden de lleno en lo concreto donde la realidad sangra y debe tomar una decisión ante sí mismo y ante Dios.
Este buen sentido le ha faltado a la Iglesia institucional (papas, obispos y curas), no a la Iglesia de la base, especialmente en cuestiones morales. Aquí es dura e implacable. Las personas con su dolor son sacrificadas a los principios abstractos. Se rige antes por el poder que por la misericordia. Y los santos y sabios nos advierten: donde impera el poder, se desvanece el amor y desaparece la misericordia.

Qué diferente es el Papa Francisco. La cualidad principal de Dios, nos dice, es la misericordia. A menudo repite: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso” (Lc 6, 36). Y explica el sentido etimológico de la misericordia: miseris cor dare: «dar el corazón a los míseros», a los que padecen ».
Tal mensaje es verdaderamente liberador. Y confirma su exhortación apostólica “La alegría del Evangelio”.
Jesús el más grande y el más peligroso, el por todos invocado e infinitamente manipulado, reaparece en el Papa Francisco con su luz esplendorosa de cercanía, novedad , amor y liberación.
Sí a la Iglesia, pero en todo a El sometida. Si al código de Derecho canónico, pero en todo a él ajustado. Sí a la jerarquía , pero todo y para todos servidora del Evangelio. El cristianismo sin Jesús es nada. La Iglesia sin Jesús es nada. La fe de cada uno sin Jesús es nada. Siempre se había dicho que “había que seguirle a El”. Y, para seguirle, había que amarle. Y para amarlo había que conocerlo. Y , para conocerlo, comoportarse como él. Y, para comportarse como él, amarlo en los más pobres. ,

Segundo principio: el principio-misericordia
El Dios a quien Jesús invoca es el primero en actuar amorosamente: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos y he bajado a liberarlos. (Ex 3, 7 s). ,

El injusto sufrimiento llega al corazón de Dios y le provoca una reacción de liberación. Y esa es la constante de su actuar. Denunciar todo injusto sufrimiento y exigir justicia. Y ese es el comportamiento que deben asumir quienes creen en él.
Esta primigenia misericordia de Dios se historifica y se hace visible en Jesús de Nazaret. El amor-misericordia es el principio que configura toda su vida . ¿Quién es hombre cabal a los ojos de Jesús? Su respuesta nos la da en la parábola del samaritano. Un hombre que ve a otro hombre herido en el camino y, movido a misericordia, lo atiende. Y otros, el levita y el sacerdote, que lo ven y pasan de largo. El samaritano, cabal. Los otros dos, sin humanidad, viciados de raíz. Quien pasa indiferente ante el sufrimiento ajeno, traiciona su ser.

El sacerdote y el levita ejemplifican a esta sociedad, falta de misericordia, que llegado el caso no duda en herir y dar muerte a los seres humanos y amenazan de muerte a los que se rigen por el principio-misericordia. Jesús tenía ante sí el sufrimiento de las mayorías pobres, privadas de dignidad, y se les revolvían las entrañas. Y esa remoción le hizo clamar públicamente contra los letrados y fasiseos: Guías ciegos, aprended, lo que significa: Misericordia quiero; no sacrificio.

El principio-misericordia debe pues configurar el actuar y pensar de la Iglesia. Si la Iglesia no es primero de todo una buena samaritana, todo lo demás que haga serán cosas irrelevantes. Es, pues, hora de actuar, como el Papa Francisco y ejercer el principio-misericorida. Ejercerlo allí donde se escuchan los clamores de los humanos. El lugar de la Iglesia es el “herido” en el camino, la alteridad más radical del sufrimiento ajeno.Y ahí es donde descubrirá cómo andan los derechos de la vida y de la libertad de los hombres. La Iglesia debe pensarse desde el exterior, desde el “camino” en que se encuentra el herido. Cuantitativamente, el mayor sufrimiento de este planeta lo constituye la pobreza, esa gran herida aparece con mucho mayor radicalidad en el Tecer mundo que en el Primero.
En este mundo se aplaude las “obras de misricordias”, pero no se tolera a una Iglesia que denuncia a los salteadores que producen víctimas.

Y es cuando se la ve atacada y perseguida, por dejarse guiar por el principio-misericordia. Cuando la misericordia llega hasta el final, subvierte los últimos valores de la sociedad y a quienes la practican los llamarán subversivos, comunistas, liberacionistas y… hasta los matarán. Creo que el retorno a Jesús de Nazaret, poseído por el principio-misericordia, es lo que caracteriza uproyecto y el que asegurar la autenticidad de una Iglesia. Y en esa opción radical y primigenia veo avanzar el ministerio de nuestro querido Papa Francisco, quien a todos nos convoca para compartirlo, gestionarlo y expandirlo en la sociedad de hoy.

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