Cuando aún no han sido aprobados los Presupuestos, aunque sí encauzados con una amplia mayoría de escaños, Pedro Sánchez vuelve a tropezar con un ambiente crispado muy ajeno a las cuentas del Estado. Pese a la aprobación, o precisamente por ella, los trabajos del presidente del Gobierno evocan a los de Sísifo, condenado a empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada que, justo antes de llegar a la cumbre, rueda hacia abajo, obligándole a empezar de nuevo. Tras dos rocas de la pandemia, las ofensivas fallidas de Pablo Casado en primavera y otoño, una tercera, las maniobras sobre los Presupuestos, ahora asistimos a la cuarta, investida con barretinas, togas y sables.

La chispa la enciende Rufián, cuando agita la barretina al vender su voto favorable al gobierno de Sánchez como una triple victoria de Esquerra de Catalunya sobre la Moncloa: veto a Ciudadanos, anulación del castellano como idioma vehicular en la ley Celáa, e imposición fiscal sobre Madrid. Mercancía que compra inmediatamente Vox, pese a que sabe bien que son victorias adulteradas dado que ni la superación de la Ley Wert ni mucho menos la armonización fiscal constituyen cesión alguna del gobierno Sánchez. Pero el momento en que se produce, durante la negociación sobre los apoyos a la Moncloa, y la forma victoriosa en que Esquerra los presenta, en medio de una tensa campaña electoral contra Puigdemont, posibilita que tanto en Madrid como en Barcelona muchos finjan percibir el pacto presupuestario como lo que no es.

La cuestión catalana vuelve hoy a envenenar los sueños de Pedro Sánchez, justo cuando parecía superar su insomnio, con la aplazada renovación del Consejo General del Poder Judicial. Pactada con el Partido Popular, Casado necesita aplazarla hasta que se cierren las urnas catalanas, que se abrirán el 14 de febrero, en su afán de que Vox no les supere en Cataluña. El anuncio de dicha renovación judicial, acordada desde agosto y acompañada de proyectos de reforma del delito de sedición  y de indultos– por cierto, de forma innecesaria protagonizados por Rufián–, interesa todavía menos al Partido Popular.   De momento, Pedro Sánchez ha acertado cuando acaba de proponer limitar las atribuciones del Consejo no renovado desde hace dos años sin variar el método de elección tal y como sugiere Bruselas.

Este frufru de las togas judiciales, acompañado del ruido de sables de dos escritos de 107 altos mandos militares en la reserva, 73  ahora y otros 34 el pasado 10 de noviembre, complica mucho más la tarea de la Moncloa. Sobre todo, porque se ha tratado de implicar al Jefe del Estado manipulando su pasado discurso del 3 de octubre de 2017, en  estas dos cartas  políticas nostálgicas de la Monarquía preconstitucional. Tan grande ha sido el envite que la señora Robles, desde su condición de ministra de Defensa, se ha visto obligada hoy a salir en defensa de la neutralidad política de las Fuerzas Armadas. Con excepción de algunos episodios individuales, también relacionados con Cataluña, nunca había ocurrido nada análogo desde los tres golpes superpuestos del 23 de febrero de 1981.

Esta agitación uniformada en vísperas de la festividad de la Constitución, y a un mes de la Pascua Militar, es el inicio de una dura campaña de agitación involucionista de cara a la campaña electoral de las elecciones catalanas del 14 de febrero. Máxime cuando no está claro que el electorado de Esquerra rechace un gobierno soberanista, si ambas siglas independentistas suman los escaños para constituirlo pese a los deseos de sus burócratas. Ya ocurrió en octubre pasado, donde la radicalización frustró los cálculos electorales del PSOE en las urnas del pasado noviembre, y ahora puede volver  a ocurrir. Sea como sea, agitar la coctelera catalana interesa tanto en Madrid como en Barcelona.

De todos modos, la situación de Pedro Sánchez no será la misma del 3 al 31 de diciembre que desde el 1 de enero al 14 de febrero. Su amplia capacidad de maniobra política, limitada en los inmediatos treinta días, se desparrama en los cuarenta y cinco días restantes hasta la próxima apertura de las urnas catalanas. Con las uvas, aunque sean bastante amargas como la de este año negro, Sánchez tiene un trienio por delante sin ataduras de ningún tipo y sin más limitaciones que las que se desprendan de su propia voluntad. No es pequeño dato cuando Gabriel Rufián agita las barretinas, Carlos Lesmes las togas y los 107 altos mandos militares con nombres, apellidos y graduación, las plumas de la involución.