El regreso de las diaconisas de la Iglesia primitiva. J.M. Vidal
El regreso de las diaconisas de la Iglesia primitiva J.M. Vidal "La Iglesia católica lleva más de 200 años de retraso", sentenciaba, antes de morirse, el cardenal Martini, santo y seña de la Iglesia postconciliar y de
El regreso de las diaconisas de la Iglesia primitiva
J.M. Vidal
«La Iglesia católica lleva más de 200 años de retraso», sentenciaba, antes de morirse, el cardenal Martini, santo y seña de la Iglesia postconciliar y de la primavera de Francisco antes de su llegada. Y, entre sus asignaturas pendientes, señalaba la de la mujer. Porque, por mucho que se quiera disfrazar, la mujer está discriminada en la Iglesia católica. El Papa Francisco lo sabe y lo sufre. Por eso, a instancias de las superioras generales de las religiosas de todo el mundo, propone que se abra una comisión que estudie a fondo el tema del diaconado femenino.
¿A qué conclusiones puede llegar la comisión papal sobre el diaconado de las mujeres en la Iglesia primitiva? El propio Carlo Maria Martini, uno de los más prestigiosos biblistas católicos, aseguraba, al pedir la revisión del papel de la mujer en la institución, que «en la historia de la Iglesia hubo diaconisas y, por lo tanto, podemos pensar en esa posibilidad». Los grandes historiadores de la Iglesia y los más eximios estudiosos del Nuevo Testamento coinciden en la existencia de las mujeres diáconos.
El propio San Pablo habla de la existencia de diaconisas en los primeros siglos de la Iglesia. «Os recomiendo a Febe, nuestra hermana, diaconisa de la iglesia de Cencreas. Recibidla en el Señor de una manera digna de los santos, y asistidla en cualquier cosa que necesite de vosotros, pues ella ha sido protectora de muchos, incluso de mí mismo». (Romanos 16, 1-2)
Está documentado que, en el siglo III, en Siria, había diaconisas que ayudaban al sacerdote en el bautismo por inmersión de las mujeres. Incluso en el siglo IV después de Cristo se habla del rito de consagración de las diaconisas y se declara que es distinto del de los hombres. Y hay otras muchas evidencias de la presencia de diaconisas tanto en la Iglesia occidental como en la oriental.
Lo que no está tan claro es la idiosincrasia de estas diaconisas: ¿Estaban ordenadas o no? ¿Cuál era su papel en el seno de la comunidad? ¿Eran diaconisas permanentes o meras servidoras de los curas, dedicadas al ministerio de la caridad?
Dicho de otra forma, se trata de dilucidar si ese diaconado primitivo de las mujeres era el primer grado del ministerio ordenado, que continúa en el presbiterado y tiene su culmen en el episcopado, o un ministerio en sí mismo, que no conducía al sacerdocio. De hecho, a partir del siglo V, la Iglesia reservó el diaconado como primer paso del ministerio ordenado sólo a los hombres. Y consiguientemente, los otros dos: el presbiterado y el episcopado.
Más cerca de nosotros, en el mes de septiembre de 2001, el entonces prefecto de Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger, firmó, junto al prefecto de Culto Divino, cardenal Medina, y al prefecto del Clero, cardenal Castrillón, una carta, aprobada por Juan Pablo II, en la que se decía literalmente: «No es lícito poner en marcha iniciativas que, de una u otra forma, conduzcan a preparar candidatas al orden diaconal».
La decisión del Papa Francisco de estudiar el tema de las diaconisas abre una rendija en la doctrina sobre el sacerdocio femenino, hasta ahora considerada definitivamente cerrada por Juan Pablo II y que, como profetizó Martini, «va a suscitar muchas dificultades». Y no se equivocaba.
Como ya decía, en 1976, Karl Rahner, el teólogo católico más importante de la época moderna, «yo soy católico romano y, si la iglesia me dice que no ordena mujeres lo admito, por fidelidad. Pero si me da cinco razones y todas ellas son falsas, ante la exégesis y ante la teología, debo protestar. Pienso que el magisterio que apela a esas razones falsas no cree en lo que dice, o no sabe, o miente o todo junto. Además, la Iglesia es infalible en cuestiones de fe y de costumbres (morales); y el tema de la ordenación de las mujeres no es de fe, ni de costumbres morales, sino de administración».
Con su histórica decisión, Francisco acerca a la Iglesia católica a las otras confesiones cristianas, como la anglicana o la protestante, que en este tema van muy por delante de la Iglesia romana. Tanto en la anglicana como en muchas iglesias evangélicas, la mujer, después de ser admitida al diaconado, ha ido escalando los dos siguientes peldaños del altar y hoy muchas mujeres ejercen como sacerdotisas y como obispas.
Van cayendo los tabúes eclesiales. Se van reparando históricas injusticias. La Iglesia católica comienza así un camino penitencial para pedir perdón a las mujeres y resarcirlas de su bimilenaria situación de marginación en la institución. Un pecado, un gran pecado.