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¿Aumenta el tono opositor al Papa?

Desde las sombras, cardenales como Müller o Sarah siembran temor ¿Aumenta el tono opositor al Papa? Las operaciones de los 'resistentes' "están llegando a un límite inaceptable" El cardenal Sarah se está metiendo en un lío "Nos duele el

Desde las sombras, cardenales como Müller o Sarah siembran temor

¿Aumenta el tono opositor al Papa?

Las operaciones de los ‘resistentes’ «están llegando a un límite inaceptable»

Esta camarilla de cardenales insisten en una variable ya fracasada: imponer por el miedo o so pena de sufrir la excomunión

Pro Papa Francisco

Pro Papa Francisco

 (Jaime Escobar, RyL).- Se sabe con certeza que después del Sínodo de la Familia y la carta de los 13 prelados disidentes, son varios los cardenales de curia vaticana que manifiestan más que una simple oposición y, veladamente, reconocen que no toleran más los intentos reformistas del Papa Francisco.

Muchos pensaron que esta oposición al Papa Bergoglio disminuiría al concluir el Sínodo, pero muy por el contrario, este año se han producido una seguidilla de hechos que dan cuenta de que cardenales como Angelo Sodano, Tarcisio Bertone, Marc Ouellet, George Pell, Camilo Ruini, Carlo Cafarra, Giovanni Batista Re, Angelo Scola, Elio Sgreccia, Walter Brandmüller, Antonio Rouco…, encabezados por los purpurados-prefectos de dicasterios, Gerhard Müller y Roberto Sarah, están pasando desde sus posiciones ultraconservadoras de la oposición directa a la silenciosa conspiración anti-Bergoglio.

En Roma, este ambiente ocultado por muchos se observa y se calla, pero cada vez es más nítida una sincronizada red de operadores protegidos por estos poderosos cardenales que no titubean en manifestar ante la prensa una «lealtad al Santo Padre», pero desde las sombras siembran temor, desconfianza y desobediencia ante ciertas líneas de acción que propone el Papa. Además, les irrita lo que pidió desde la Plaza de San Pedro al inicio de su mandato; «una Iglesia pobre para los pobres».

El Cardenal Müller: de la carta y el libro a la descalificación

Lo único que quería el cardenal Müller cuando terminó de redactar la polémica Carta de los trece cardenales al final del Sínodo último, es que el Papa Francisco tuviera una reacción de inmediata molestia… Pero ese episodio no ocurrió y la Carta, en su momento, más bien tuvo una respuesta pontificia de entendimiento y comprensión a lo que los prelados criticaban tan duramente.

Recientemente se repite la acción de los «cardenales inquietos». Fue cuando Francisco en su viaje a Armenia, reivindicó con palabras adecuadas y prudentes un necesario diálogo ecuménico, agregando que la Reforma de Lutero fue «una medicina para la Iglesia». Ante esta afirmación papal, Müller lanzó una andanada de fuertes críticas por este reconocimiento histórico y globalizó su famosa sentencia de «protestanización» de la Iglesia, auspiciada desde la más alta esfera del Vaticano, esta afirmación circuló con fuerza y beneplácito en los distintos dicasterios.

Como es bien conocida la distancia y diferencias -no sólo de índole teológica- que hay entre el cardenal Müller y el Papa, ahora solo reseñamos una de las últimas «diferencias»entre ambos y conocida por la prensa especializada romana. A tres meses del arribo de Francisco a la ciudad sueca de Lund para participar de la conmemoración de los 500 años de la Reforma iniciada por Lutero, en un tono desafiante Müller señaló que «nosotros los católicos no tenemos ningún motivo para festejar el 31 de octubre de 1517, es decir, el comienzo de la Reforma que llevó a la ruptura de la cristiandad occidental». Es evidente que la forma, la oportunidad y el tono usado por el cardenal alemán produjo perplejidad y no poco desconcierto ante el gobierno de Suecia y en la Federación Luterana Mundial.

También el cardenal Müller aprovechó su viaje a Madrid y Oviedo en que presentó su polémico libro «Informe sobre la esperanza» (Ed. BAC) para reafirmar posiciones doctrinales diferentes a las que postula Papa Francisco en Amoris Laetitia, reafirmando allí que es «una contradicción» estar divorciado y vuelto a casar y querer comulgar y ha insistido que «ningún Papa puede cambiar la doctrina sobre los sacramentos del matrimonio y la Eucaristía».

Ante estos preocupantes hechos, observadores atentos a la nomenclatura vaticana, indican que estas acciones y operaciones de cardenales «opositores al Papa», están llegando a un límite inaceptable, no sólo porque dañan la necesaria unidad eclesial para la misión, sino porque dan cuenta de que hay activos poderosos e intereses que quieren desestabilizar el enorme liderazgo de Francisco, que persiste en sus intentos por hacer algunas determinantes reformas en la pesada y burocrática estructura de la curia vaticana que se protege como un solo cuerpo ante estos intentos de cambio, en especial los que tiene relación con el ámbito de las finanzas y el quehacer del poderoso IOR.

En esta estrategia desgastadora y cansadora para el sumo pontífice, hoy emerge con fuerza otra voz, la del cardenal Robert Sarah, que llegó desde Africa en el año 2001, llamado entusiastamente por Juan Pablo II. Años más tarde en el 2010, Benedicto XVI le crea cardenal y en el 2014 es Francisco quién lo nombra Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los sacramentos.

El Cardenal Sarah y el apoyo de los purpurados italianos

Desde que arribó desde su Guinea natal a Roma, Robert Sarah se supo ganar la confianza y simpatías de un selecto núcleo de obispos y cardenales italianos. Siendo estudiante en Roma, observó con detención la sabiduría y el carisma del Rector del Biblicum que en los años 70 era el distinguido profesor jesuita Carlo María Martini.

Con los años y de vuelta a Roma, se ubicó al lado del grupo de connotados visitantes y miembros de la casa general de la organización Opus Dei, eran los años de gloria de José María Escrivá de Balaguer, quién con una santa pericia logró del Papa Wojtyla la anhelada Prelatura Personal.

Desde esos años la amistad y sintonía con los cardenales Sodano, Ruini, Bertone y Herranz nunca ha sufrido alteración alguna, al contrario en estos tres años de pontificado Bergogliano se ha consolidado y aumentado su red de influencias no solo al interior de la curia vaticana, sino también hacia los episcopados de Africa y por intermedio del cardenal chileno Jorge Medina -quién trabajó en el mismo dicasterio vaticano- a no pocos obispos y cardenales de Latinoamérica.

Por lo tanto, el cardenal Sarah conoce bien los centros de poder e influencias de los dicasterios. No es de extrañar que el principal apoyo que hoy tiene el cardenal africano sea el poderoso e inefable purpurado alemán Gerhard Müller que se atrevió a contradecir públicamente algunos lineamientos del Papa Francisco en su paso por Asturias y Madrid, como ya lo hemos señalado.

Volviendo a Sarah, es interesante saber a qué se comprometió con el Papa cuando le nombró con confianza en tal alto puesto. Observemos con atención lo que el cardenal dice de su conversación con el Santo Padre cuando le nombró Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos:

«Cuando el Santo Padre, el Papa Francisco, me pidió que aceptara el ministerio de Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, le pregunté: Santidad, ¿cómo quiere que ejerza este ministerio? ¿Qué quiere que haga como prefecto de esta Congregación? La respuesta del Santo Padre fue clara: ‘Quiero que continúe implementando la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II’…».

Entonces, que obedezca el cardenal Sarah y cese en sus intentos contestatarios y dañinos a las líneas de acción que imparte y señala, incansablemente, el Papa Bergoglio.

 

Es urgente producir nuevos cambios en los dicasterios

Desde el inicio de su pontificado, Francisco soporta una campaña persistente de no solo oposición a sus anhelos de reforma en la Iglesia Católica, también aumentan las críticas a cómo lleva adelante una serie de cambios que ponen en cuestión el desmedido poder de los cardenales de la curia romana.

Felizmente el Papa argentino -como le llaman sus detractores- se ha ganado un liderazgo mundial impresionante por su modestia, informalidad y sinceridad para decir con plena libertad lo que piensa. Es este ambiente y praxis lo que molesta a poderosos cardenales que desde varios flancos y desde las sombras siembran y promueven conjeturas, «chismes» y trascendidos que intentan poner dudas y rechazos a la labor diaria del Papa, en especial cuando entrega sus reflexiones desde la casa Santa Marta o cuando improvisa conferencias de prensa en sus viajes apostólicos.

Solo dos ejemplos que grafican cierta molestia por la sinceridad y libertad con que Francisco se expresa cuando comparte sus anhelos ante sus hermanos obispos. Es lo que ocurrió el 16 de mayo de este año cuando se dirigió a los obispos italianos en su 69° asamblea general y les señaló:

«Nos hemos preguntado cuál es la razón última de la entrega de nuestro presbítero. ¡Cuánta tristeza dan aquellos que en la vida están siempre un poco a la mitad, con el pie levantado! Calculan, sopesan, no arriesgan nada por miedo a perderse… ¡Son los más infelices! Nuestro presbítero, en cambio, con sus límites, es uno que se la juega hasta el final: en las condiciones concretas en las que la vida y el ministerio le han puesto, se ofrece con gratuidad, con humildad y alegría. Aun cuando nadie parece darse cuenta. Incluso cuando intuye que, humanamente, quizá nadie le agradecerá lo suficiente su entrega sin medida».

El segundo ejemplo, cargado de verdad y que obviamente no agradó al clan de cardenales vaticanos que recurrentemente critican a Bergoglio, es cuando en octubre de 2013 comparte con Eugenio Scalfari que: «Los jefes de la Iglesia a menudo han sido narcisos adulados y malamente alentados por sus cortesanos. La corte es la lepra del papado…».

Por esto y más, cardenales tenaces como Müller y Sarah se aferran a esa Iglesia poder que castiga en los tribunales antes del necesario diálogo. También estos purpurados opositores al Papa no trepidan en desoír lo que les indica el Santo Padre respecto al principio de la misericordia como elemento central de la pastoral misionera católica, por el contrario, esta camarilla de cardenales insisten en una variable ya fracasada: imponer por el miedo o, so pena de sufrir la excomunión. Esa norma que oscureció a la Iglesia por años quedó, felizmente, obsoleta desde los tiempos del Concilio Vaticano II.

Finalmente, desde Latinoamérica, esperamos que esta «revolución de Francisco» -en palabras del cardenal Kasper-, no se detenga y que los augurios de que personas poderosas pasen de la oposición a la conspiración solo sea uno de los tantos rumores que salen de ciertos dicasterios romanos. Se sabe que el pontífice tiene un tiempo muy limitado para intentar los aires de reforma que una mayoría de religiosas, presbíteros y laicos esparcidos por el mundo quieren y reclaman, pero si no se detiene esa oposición temeraria que existe, se corre el serio riesgo de detener abruptamente esta primavera esperanzadora de hacer de la Iglesia un instrumento fiel al discipulado de Jesús.

Proféticas son hoy las palabras que el cardenal Jorge Mario Begoglio compartió con los cardenales horas antes de iniciarse el cónclave: «Tengo la impresión de que Jesús estuvo encerrado en la Iglesia y golpea a la puerta porque quiere salir».

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