Magdalena, ¿prostituta o reina de la Iglesia?. J.María Vidal
Magdalena, ¿prostituta o reina de la Iglesia? Los teólogos aducen diversas razones para esta falsificación histórica de la Magdalena cometida por la Iglesia José Manuel Vidal, 22 de julio de 2018 a las 08:42 Representación de María Magdalena Xabier
Magdalena, ¿prostituta o reina de la Iglesia?
Los teólogos aducen diversas razones para esta falsificación histórica de la Magdalena cometida por la Iglesia
Xabier Pikaza: María Magdalena no ha podido ser obispo o papa en la Iglesia que triunfó desde el siglo I al III, pero podrá serlo en una Iglesia no jerárquica ni patriarcalista del futuro
(José Manuel Vidal).- Dan Brown la convierte en esposa de Jesús y madre de su hija, Sarah. La Iglesia receló de ella y la transformó en prostituta. Los expertos proclaman que fue «el apóstol de los apóstoles» y que jugó un papel preponderante en el grupo de los primeros seguidores del Nazareno. El propio Jesús, en los Evangelios, la llama «bendita», «mujer de espíritu» y «mujer que lo ha comprendido todo».
Las mujeres teólogas reivindican su figuracomo símbolo del papel que el sexo femenino debería jugar en la institución y siempre se le negó. ¿Cuáles son los hechos probados sobre la mujer que pudo reinar en la Iglesia? Hemos consultado a los teólogos y teólogas españoles que más y mejor han estudiado a María Magdalena y, con sus respuestas, hemos reconstruido el retrato robot de uno de los personajes más enigmáticos de los Evangelios. Y más importantes.
¿Existió María Magdalena?
Se llamaba María y era de Magdala, una ciudad de pescadores de la costa del mar de Galilea, entre Cafarnaúm, patria de Pedro, y Tiberíades. Una ciudad que ya en la época de Jesús contaba con una flota pesquera de más de 200 barcos y se hizo famosa por sus salazones. Se encuentra a una jornada de camino de Nazaret.
María de Magdala fue, pues, un personaje histórico real y «el hecho de que no lleve unido el nombre de su padre o de su marido, sino el de su ciudad, indica que era una mujer independiente, que no estaba sometida a otros y que tenía autonomía para formar parte del grupo de Jesús», como explica el prestigioso biblista Xavier Pikaza, autor de La nueva figura de Jesús (Verbo Divino, 2003) y Las instituciones del Nuevo Testamento (Trotta, 2001), entre otras muchas obras.
Es, por otra parte, la mujer que más veces se cita en los Evangelios canónicos: 17 veces. Más incluso que la madre de Jesús. «No se entiende por qué los evangelistas iban a inventarla», advierte Antonio Piñero, catedrático de la Universidad Complutense y uno de los más prestigiosos expertos en el estudio de la primitiva Iglesia.
María Magdalena es, pues, un personaje real y no un mito, aunque de ella se conoce relativamente poco. Se sabe, sin embargo, que era judía «no sólo por su origen, sino porque los primeros discípulos de Jesús fueron judíos», dice Pikaza. «Aunque algunos libros quieren hacer de ella una pagana, todos los datos, incluido su nombre, María (puesto de moda por las princesas asmoneas), apuntan a que era judía», añade Carmen Bernabé, profesora de la Universidad de Deusto, y autora de una tesis sobre la Magdalena.
¿Fue una prostituta?
Está establecido sin duda alguna que no lo era, pese a que la iconografía de siglos la presenta de esa manera. La confusión, como advierte Carmen Bernabé, viene de un texto de Lucas (Lc 7,36-50), en el que se narra que Jesús fue invitado a comer en casa de un fariseo. Allí se presentó «una mujer pecadora pública» que con lágrimas mojó sus pies, los secó con la melena y los ungió con perfume. En ningún momento se dice que la mujer fuera María Magdalena y, sin embargo, fue cogiendo cuerpo la tesis de que las dos eran la misma mujer.
De hecho, como dice la profesora Bernabé, «esta identificación expresa no se realiza hasta el siglo VI, con el papa Gregorio Magno, que la llama ‘ejemplo de perdición’ y ‘esclava de la lujuria'». En el siglo XII, Honorio de Autun escribía que «vivió atormentada por deseos impuros» y que, por eso, pasó su vida escondida en una gruta del desierto, haciendo penitencia y mortificando su carne.
Los teólogos aducen diversas razones para esta falsificación histórica de la Magdalena cometida por la Iglesia. Para Isabel Gómez-Acebo, «en el siglo I no se concebía que mujeres sin padre, marido o tutor tuvieran una vida itinerante en pos de un maestro o de una idea. Las que lo hacían, pronto eran calificadas de mujeres de mala vida. De ahí la tendencia a tildar de prostituta a la Magdalena».
Según Pikaza, se trata de «rebajar su autoridad». Y para la también teóloga Mercedes Navarro, se hace por «miedo al poder y liderazgo no sólo de María Magdalena, sino de las mujeres que le iban a la zaga». Más en concreto, para esta religiosa se trata «de una estrategia del patriarcado contra las mujeres, que consiste en la descalificación de la Magdalena, reduciéndola a un rango inferior incluso en su humanidad. La prostituta arrepentida era controlable. La primera testigo, la mujer independiente y líder de un movimiento espiritual, no».
De hecho, en la Iglesia oriental no sólo no se identificó a la Magdalena con una prostituta, sino que se la consideró virgen desde siempre. La propia Iglesia de Roma dejó de hacerlo oficialmente, pero sólo a partir del Vaticano II (1962-1965). En la actualidad, en la liturgia que le consagra el día 22 de julio, María Magdalena recupera sus rasgos de apóstol y discípulo y pierde los de pecadora
¿Fue apóstol?
Los exegetas coinciden en que María Magdalena formó parte del «grupo de itinerantes, varones y mujeres, que iban a todas partes con él», dice Pikaza. Porque, en contra de lo que suele creerse, en el mundo teológico se defiende que los apóstoles no fueron sólo 12. Ese número se fija para evocar a las tribus de Israel, que eran 12. De hecho, algunas mujeres aparecen y desaparecen de la vida de Jesús, pero ella está presente en los Evangelios desde el primer momento en que Jesús inicia su predicación en Galilea hasta el último trance de la crucifixión y posterior resurrección.
Es incluso «muy probable», como sostiene Xavier Pikaza, que estuviese en la última cena, «porque los evangelios sinópticos la han interpretado de un modo simbólico para destacar la culminación del camino de Jesús y el fracaso de los doce». Y Carmen Bernabé comparte la misma opinión: «Es difícil pensar que en la última cena, intuyendo que las cosas se ponían difíciles y podía morir, no estuvieran las mujeres que le acompañaban siempre. Además, la cena pascual se celebraba en familia o en grupo y, por consiguiente, las mujeres también participaban».
¿Estuvo casada con Jesús?
En contra de lo que sostiene la novela de Dan Brown, la gran mayoría de los teólogos católicos asegura que la Magdalena no fue la esposa de Jesús. «Hacerla novia o esposa de Jesús es fantasía». Aunque también es cierto quela mayoría apuesta por una «relación especial entre ambos», como sostiene Mercedes Navarro.
Y como explica Isabel Gómez-Acebo, «lo más probable es que hubiera una relación afectiva entre Maestro y discípula que el pensamiento actual, como hizo el anterior, sólo es capaz de comprender en clave de sexo. María antes era prostituta y hoy, amante, lo que oscurece el auténtico protagonismo de su vida». En parecidos términos se pronuncia Antonio Piñero: «Hay que interpretar su relación en clave gnóstica: relación de Revelador/discípula perfecta».
¿Qué papel jugó en la primitiva Iglesia?
Ya en vida de Jesús, María Magdalena jugó un papel decisivo. Y, después de la muerte del Nazareno, todavía más. Tanto que, para Pikaza, es «la primera cristiana, por estar vinculada a la tradición de la cruz y de la sepultura de Jesús; y es la única cristiana, junto con otras mujeres, que le ha visto morir, aunque no haya podido enterrarle, porque no tenía autoridad para hacerlo. Ella es también la primera que descubre, por experiencia personal, que Jesús está vivo, que no se le puede buscar en el sepulcro».
Avalada por este «signo de autoridad» de ser «la apóstol de los apóstoles», el papel que jugó en la primitiva Iglesia fue «esencial», según Pikaza. Por eso, «los textos de la pasión de los cuatro Evangelios y, de un modo especial, el final canónico de Marcos, afirman que ella, quizás con la madre de Jesús, fue la primera cristiana, el primer testigo y apóstol de la Iglesia, antes que los doce. Y así se reconoce al comienzo del Libro de los Hechos».
El propio Celso, historiador romano y el más lúcido de los críticos anticristianos, asegura que la Magdalena, «una mujer histérica», fue la «fundadora del cristianismo».
¿Por qué se la hace desaparecer por completo?
«La extensa y bien documentada literatura sobre el tema (de la que extrañamente la teología de varones apenas si se hace eco) indica claramente que fue una mujer con poder y autoridad, a cuyo testimonio debemos la fe en la resurrección; que se tomó en serio la propuesta y práctica igualitaria del movimiento de Jesús y a la que el patriarcado eclesiástico y sociohistórico arrebató su fuerza en muy poco tiempo», explica Mercedes Navarro.
Isabel Gómez-Acebo opina que se la marginó porque «su personaje era muy incómodo para la Iglesia, dada la falta de protagonismo de las mujeres, con lo que no hubo interés alguno en potenciar su imagen».
Según Pikaza, al inicio del cristianismo la Iglesia tuvo varios puntos de partida y no sólo el que lideraron Pedro y los apóstoles varones. También hubo una corriente «femenina» liderada por María Magdalena y otras mujeres. «Este doble punto de partida constituye un dato irrenunciable de la Iglesia, aunque se haya silenciado hasta hoy, dejando en penumbra la situación de las mujeres y cerrando para ellas el acceso a la palabra y a los ministerios».
Y concluye Pikaza: «Sin María Magdalena y su corriente no habríamos podido mantener el recuerdo de Jesús ni seríamos cristianos». La mayoría de los teólogos coincide en que las cosas comienzan a cambiar a partir del siglo III, cuando se afirma el liderazgo de Pedro y de Pablo y triunfa una línea doctrinal que relega a las mujeres a funciones secundarias: la Magdalena deja de ser la mujer que pudo reinar en la Iglesia.
Ya en el siglo IV, la virginidad y el celibato se convierten en categorías superiores al matrimonio (porque la virtud se identifica con la castidad y el pecado, con el sexo) y la Iglesia se transforma no sólo en una Iglesia de varones, sino de solteros, sin experiencia familiar. Y a la mujer se la va separando del altar y se la identifica con Eva, la causante de que en el mundo reinara el pecado original. Y la figura de la Magdalena desaparece. Algunas tradiciones piadosas la sitúan en Efeso, compartiendo casa con María, la madre de Jesús, antes de regresar ambas a morir a Jerusalén.
¿Hay que reivindicar su figura?
A Isabel Gómez-Acebo no le cabe la menor duda: «Las mujeres queremos recuperar la figura de María Magdalena por lo que significa para la Iglesia y para nosotras». Por eso reconoce que, aunque la novelística actual está llena de inexactitudes sobre ella, «despierta el interés por su persona. Un interés que permite a otros presentar la realidad de su vida y que las mujeres apoyemos nuestras reivindicaciones eclesiales en la política de Jesús con su discípula predilecta».
De hecho, la recuperación histórica, teológica y espiritual de la Magdalena se debe a teólogas como Carmen Bernabé, Mercedes Navarro y la propia Isabel Gómez-Acebo. «Muchos grupos de mujeres y las teólogas feministas la toman como ‘matrona-hermana’ y celebran su día», dice Bernabé.
Y Navarro añade: «Para la Iglesia del pueblo María Magdalena está siendo importante, y muchísimo, para las mujeres, como no lo era desde hace muchos siglos. Para la Iglesia jerárquica e institucional, es un motivo tan peligroso como lo fue en los primeros siglos. Pero una cosa es cierta: la movida de las mujeres no tiene vuelta atrás».
Y es que como asegura Xavier Pikaza, «la Iglesia oficial ha temido a la Magdalena y ha preferido a la Madre de Jesús, pero las dos mujeres van juntas en los Evangelios. Las dos son esenciales en la primera Iglesia. María Magdalena no ha podido ser obispo o papa en la Iglesia que triunfó desde el siglo I al III, pero podrá serlo en una Iglesia no jerárquica ni patriarcalista del futuro». Entonces, la Magdalena volverá a reinar. Y la Iglesia recuperará su otra mitad del cielo.