J. M. Castillo: «La religión está más presente de lo que imaginamos cuando los ciudadanos votan»
J. M. Castillo: "La religión está más presente de lo que imaginamos cuando los ciudadanos votan" El mandamiento de Jesús a los creyentes es que se quieran tanto y de tal manera, que se les distinga
J. M. Castillo: «La religión está más presente de lo que imaginamos cuando los ciudadanos votan»
El mandamiento de Jesús a los creyentes es que se quieran tanto y de tal manera, que se les distinga del resto de los mortales
El que “acoge” (Mc 9, 37; Mt 18, 15), “recibe” (Mt 10, 40) o “escucha” (Lc 10, 16) a un ser humano, por más despreciable que nos parezca, en realidad es quien acoge, recibe y escucha es a Dios
Por más evidente que sea el creciente abandono de las prácticas religiosas en los países ricos e industrializados, es indudable que la religión sigue desempeñando un papel importante en acontecimientos que pueden ser decisivos para la vida y la convivencia de los ciudadanos. Por ejemplo, cuando se aproximan unas elecciones generales, como es el caso de lo que estamos viviendo actualmente en España.
Por supuesto, en la campaña electoral, no se suele mencionar el tema religioso. Pero es un hecho que la religión está más presente de lo que imaginamos cuando los ciudadanos depositan su voto en las urnas. La relación que cada partido político tiene con la religión es, sin duda alguna, más determinante de lo que seguramente imaginamos. Por la sencilla razón de que el hecho religioso está muy presente en la educación, en la cultura, en la ética y en tantos y tantos asuntos, que son determinantes en la vida y en la convivencia de la ciudadanía.
Por todo esto, aunque no se hable mucho de religión, el hecho es que la religión está más presente de lo que sospechamos en la campaña electoral. El problema está en que de religión habla todo el mundo. Pero de religión, a fondo y en serio, son pocos los que saben. Es como si, en medicina, todos nos pusiéramos a dictaminar lo que se debe o no se debe hacer.
Sea lo que sea, en toda esta cuestión, dado que en España (y en tantos otros países) el cristianismo, en sus diversas formas confesionales, está tan presente, me parece que es de suma importancia dejar muy claro un tema capital. Se trata de tener muy claro quién es cristiano y quién no lo es. Y conste que en esto entramos todos los que nos consideramos cristianos: católicos, protestantes, anglicanos, ortodoxos… A fin de cuentas y cada cual a su manera, todos los cristianos afirmamos que creemos en Cristo.
Pues bien, llegados a este punto capital, mi pregunta es muy simple. Pero tan simple como desconcertante es la respuesta. En efecto, según el Evangelio, cuando llegó el momento de la despedida definitiva de este mundo, Jesús les dijo a sus seguidores: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, que vosotros también os améis unos a otros. En esto conocerán que sois mis discípulos, si tenéis amor unos a otros” (Jn 13, 33-35). O sea, según el mandato último y decisivo de Jesús a sus seguidores, aquello por lo que se les tiene que reconocer, como discípulos de lo que enseña el Evangelio, es que se quieran tanto y de tal manera, que se les distinga del resto de los mortales. No porque sean más religiosos que los demás, sino porque quieren a todo el mundo más que nadie.
Pero no es esto lo más importante. Lo más fuerte de todo es que Jesús, al dar este mandato a sus seguidores, les dijo que esto era “un mandamiento nuevo”. ¿Por qué “nuevo”? ¿En qué estaba la “novedad”? El primero de todos los mandamientos, según la Biblia, es el “amor a Dios”, que va unido al “amor al prójimo” (Mc 12, 28-34; Mt 22, 34-40; Lc 10, 25-28). Lo “nuevo” del mandato de Jesús está en que aquí ya desaparece incluso Dios. Y no queda nada más que el amor que nos tenemos unos a otros (Jean Zumstein, H. Thyen…). Es, en definitiva, lo mismo que Jesús vino a decir cuando explica el juicio final: “Tuve hambre y me disteis de comer…” (Mt 25, 35…).
¿Qué nos viene a decir esto? Los cristianos creemos en un Dios “encarnado”. Es decir, creemos en un Dios humanizado. A Dios no lo conocemos. Ni podemos conocerlo. Porque es el Trascendente. No está a nuestro alcance. Por eso, Dios “se vació de sí mismo… y se hizo como uno de tantos” (Flp 2, 7). Por eso, el que “acoge” (Mc 9, 37; Mt 18, 15), “recibe” (Mt 10, 40) o “escucha” (Lc 10, 16) a un ser humano, por más despreciable que nos parezca, en realidad es quien acoge, recibe y escucha es a Dios. Porque el Dios de los cristianos se ha fundido con cada ser humano y está en cada ser humano.
Cuando, en unas elecciones, votamos por un gobernante, ¿qué queremos? ¿Una sociedad gobernada por un triunfador que nos somete a quienes estamos divididos y enfrentados? ¿O preferimos una persona sabia que respete y proteja nuestros derechos en la mejor convivencia posible? Esta es la pregunta que tenemos que responder quienes decimos o creemos que somos cristianos.