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El pan y la paz amenazados. Evaristo Villar

El pan y la paz amenazados Evaristo Villar   Universidad Andina Simón Bolívar de Quito (Ecuador), 23 agosto 2018 Reflexión presentada en el Simposio Internacional de Quito (Ecuador) “La justicia y la paz se besan”: Jubileo en homenaje a

El pan y la paz amenazados

Evaristo Villar
 

Evaristo Villar1Universidad Andina Simón Bolívar de Quito (Ecuador), 23 agosto 2018
Reflexión presentada en el Simposio Internacional de Quito (Ecuador) “La justicia y la paz se besan”: Jubileo en homenaje a Mons. Leonidas Proaño a los 30 años de su resurrección y a los 50 años de la Conferencia de Medellín. 

La amenaza sobre el pan y la paz ha sido un desafío permanente para el ser humano. Desde el maná que reclamaban los exiliados israelitas de Egipto hasta la conquista del paraíso, soñado y prometido tantas veces, la tensión entre el “danos hoy nuestro pan de cada día” y la tentación del pan (“no solo de pan vive el hombre”) nos ha acompañado siempre. Y con la tensión, también el conflicto y la guerra.

Las guerras por el pan llenan la historia. También las propuestas de pan abundante. Desde las más radicales —como la de Jesús de Nazaret en la multiplicación de los panes (Mc 6, 38 y ss.; 8, 1 y ss.) o la de Carlos Marx— hasta las que se siguen haciendo en nuestros días, las propuestas de pan, alternativas a la precariedad actual, nunca han cesado en la historia humana.

No voy a entrar ahora en este enmarañado campo de las promesas y su cumplimiento. Mi propósito es más modesto: se trata tan solo de ver hasta qué punto y cómo el compromiso de hoy con el pan y con la paz puede inspirarse, salvando las distancias, en los intentos realizados en el último medio siglo por quienes hicieron posible Medellín 68, entre los que destacó, con luz propia, Mons. Proaño.

1. Un contexto alarmante
Con ocasión del 50 aniversario de Mayo 68, visto in extenso, se ha escrito mucho, pero me han interesado sobre todo las reflexiones del tenor siguiente. El siglo XX se puede dividir en dos mitades: la primera, muy violenta (con dos guerras mundiales, 1914-18 y 1939-45) y la segunda, dominada por la guerra fría (con muchos conflictos regionales) y el miedo a la posible hecatombe nuclear. Al final de siglo, con la Caída del Muro de Berlín (1989), aparece un panorama que es doblemente interesante tanto por lo que se derriba como por lo que se desvela.

* Se derriban los sistemas comunistas, alternativa al capitalismo, y esto conlleva un colapso de los Movimientos de Liberación Nacionales en el Tercer Mundo. Lo que supone la quiebra del paradigma “emancipador” que había venido impregnando a toda la izquierda en la segunda mitad del siglo XX. Una izquierda que había creído descubrir en el proletariado el sujeto social capaz de implantar, por la lucha de clases, el socialismo y la igualdad. (Esta caída del muro también sacudió las políticas socialdemócratas reformistas que, desde entonces, no han levantado cabeza).

* En segundo lugar, se ha desvelado que estamos inmersos en un monosistema mundial —siempre en crisis, de la que renace como el ave fénix— que apoya su expansión económica y financiera sobre una revolución tecnológica brutal y en la mundialización de un mercado desregulado y competitivo. Este monosistema está impidiendo la generación de pan para todos y todas y está poniendo, en desafío constante, la paz.

Por su propia lógica darwinista, el sistema único está agrandando la brecha de desigualdad entre países ricos y empobrecidos. El mundo rico del Norte (simbólico) ya no necesita al Sur como esclavo, le bastan sus materias primas, sus tierras; no necesita sus gentes como mano de obra barata, el trabajo lo hacen hoy las máquinas. Al pueblo se le excluye, se “descarta”, como gusta de repetir frecuentemente Francisco.

El PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo) viene reflejando periódicamente esta brecha de la desigualdad. En sus últimos informes, después de mostrar su satisfacción por los logros alcanzados con los Objetivos del Milenio y de cara a la Agenda del 2030 —en la que, entre otros objetivos se fija erradicar la pobreza extrema, poner fin al hambre y reducir la desigualdad de género— refleja algunos datos que siguen siendo muy preocupantes. Tomo solo algunos ejemplos directamente relacionados con nuestro propósito:
* La desigualdad ante el pan: el 1% de la población posee el 46% de la riqueza; el 99% tiene que contentarse con el 54%. Es decir, 700 millones de personas acaparan en el mundo casi tanto como las 6.300 millones restantes.

* Con referencia al hambre: 1 de cada 9 seres humanos (que representa unos 700 millones) padece hambre. Juan Carlos García Cebolla, jefe del Equipo de Derecho a la Alimentación de la FAO, dejaba el pasado año en Madrid (II Conferencia contra el Hambre, Madrid 2017) unos datos parecidos: 793 millones sufren desnutrición crónica; 2.000 tienen carencias de nutrientes, y 600 millones padecen obesidad.

* La mujer, la mayor víctima del pan: además de admitir que la pobreza se ha feminizado —ya a principios de siglo el PNUD había dado la alarmante cifra de que las ¾ partes de pobres son mujeres—, ahora aporta otros datos bien llamativos de su ausencia del poder real —solo un 23% de las mujeres en el mundo son parlamentarias—.
* Inmigrantes y refugiadxs: a principios de siglo el PNUD reflejaba ya la existencia de la población mundial migrante en el 2,3%, (es decir, 161 millones). Ahora, debido a las guerras y la hambruna, habla de 244 millones, la mayoría refugiadxs, de los que 65 millones carecen de protección social alguna. (No entro ahora en las migraciones forzadas de América Latina o de EE.UU. Soy testigo de que el desconcierto que está atravesando la Unión Europea en este campo es monumental y vergonzante).

Solo una breve referencia a la paz. No es necesario ser politólogo para ver que detrás de la geopolítica y los conflictos y guerras de hoy se oculta, como siempre, la lucha por la hegemonía del pan. Según la Escola de Cultura de Pau —Centro de Investigación sobre la Paz, conflictos armados y Derechos Humanos, creado por la UNESCO en la Universidad Autónoma de Barcelona, que ofrece cada tres meses un informe de situación mundial sobre el tema— actualmente hay 22 países en guerra, siendo los continentes africano y asiático (con unos 300.000 niños soldado) los más afectados. En Occidente siguen teniendo presencia diaria en los medios las guerras de Siria e Israel/Palestina; y menos (a veces olvidada) la guerra de exterminio que Arabia Saudí y los Emiratos Árabes están llevando a cabo en Yemen. Hay guerras viejas que se mantienen desde la lejanía de la historia, como la de Birmania (desde 1948, año de su independencia del Reino Unido) o la Israel/Palestina (desde la misma proclamación del Estado de Israel en 1948).

2. El pan, la paz y la vida
Sin pan no hay vida; y, sin paz, tampoco se produce el pan, necesario para la vida. La vida, en última instancia, depende del pan y de la paz.
Nunca agradeceremos suficientemente a la II Conferencia de Medellín el haber acercado el cristianismo latinoamericano a esta realidad tan básica, su apuesta por el pan y por la paz. A una conciencia cristiana que, inspirada en el Evangelio de Jesús, proclama la igualdad y solidaridad de todos los seres humanos, no le puede resultar nunca indiferente la proyección o dimensión social del cristianismo. Desde esta conciencia social, la II Conferencia de Medellín se hizo cargo de la realidad del continente, la calificó desde la inspiración cristiana y propuso la Promoción humana fundada en la justicia y la paz como vía de salida.

* Ante el reto del pan, Medellín se hizo cargo del empobrecimiento socioeconómico del continente, sumergido bajo el desarrollismo reinante, y en vísperas de incrementar sus niveles de pobreza con la inminente implantación de la Alianza para el Progreso —una especie de Plan Marshall que, contra el mal ejemplo de Cuba, pretendía controlar desde el Imperio el desarrollo del que considera su Patio Trasero—. En esta situación, Medellín apostó por mirar el continente desde la Teoría de la Dependencia (de los científicos del CEPAL, Comisión Económica para América Latina y el Caribe de la UNO) que trataba de romper la relación causal entre el bienestar del primer mundo y la precariedad y empobrecimiento del resto. Desde la dependencia aparece la verdadera causa de “la miseria que margina a grandes grupos humanos y la frustración de legítimas aspiraciones que crea el clima de angustia colectiva”. Y, confrontada con la igualdad y la justicia de Evangelio, la miseria y la angustia colectiva son “un hecho que clama al cielo” y que exige un cambio de rumbo urgente: la promoción humana. (Cfr. La Iglesia ante la actual transformación de América Latina. Medellín: conclusiones. Promoción humana 1. Justicia).

* Ante el desafío de la paz, Medellín constata las consecuencias dramáticas que el empobrecimiento está teniendo en el contexto sociopolítico del continente. Una situación muy crispada debido a la ideología de la “Seguridad Nacional”, implantada a sangre y fuego por las Juntas Militares impuestas por el Imperio y la proliferación de las guerrillas populares que se multiplican a todo lo largo y ancho del continente. En este contexto de crispación Medellín se inspira en la constitución Gaudium et Spes del Vaticano II y en la encíclica Populorum Progressio de Pablo VI para entender y denunciar valientemente la situación: “Si el desarrollo es el nuevo nombre de la paz”, el subdesarrollo latinoamericano, con características propias en cada uno de los países, es una injusta situación promotora de tensiones que conspiran contra la paz” (cfr. La Iglesia en a actual transformación de América Latina a la luz del Concilio. Medellín: Conclusiones 2. Paz).
A juicio de Gustavo Gutiérrez, “este mirar cara a cara sus problemas” y descubrir que, además de las guerras, “la pobreza no era el único pero sí el más grande desafío al anuncio del Evangelio”, fue la mayor aportación significativa de la Conferencia de Medellín.

3. ¿Qué podemos hacer hoy? Una respuesta posible (Mons. Proaño)
En definitiva, si el pan y la paz, la justicia y la paz, están íntimamente relacionadas con la vida, esto nos exige alguna respuesta.
Lo decía proféticamente Mons. Proaño: “estamos obligados a volver a las fuentes para redimir la vida… Debemos actuar antes de que sea demasiado tarde, antes de que la ambición y la locura de unos hombres conviertan a nuestro planeta Tierra en una luna muerta, en un cementerio del espacio”.

Acoger hoy este encargo de Monseñor Proaño supone, al menos estas dos convicciones:
a) Que, enfrentados como estamos a estos dos grandes desafíos del pan y de la paz, debemos hacerlo con la confianza de que vamos a superarlos con éxito, porque “la humanidad siempre ha encontrado soluciones a los grandes retos”; y b), que, en este viaje, siempre podemos mirar de reojo el ejemplo de la Madre Tierra, la Pacha Mama, pues “la naturaleza es la única empresa que nunca ha quebrado”.

Con estas convicciones necesitamos optar por una de las dos alternativas siguientes:
1ª Tomar conciencia de que la solución capitalista neoliberal, no por ser la mundialmente imperante, es la más acertada, ni la más inteligente. Ya no podemos seguir confundiendo desarrollo con crecimiento indefinido, solo los locos y los economistas podrían hacerlo; ni tampoco podemos seguir confiando en que los pueblos con mayor crecimiento económico van a ser los mejores guardianes de la paz (ahí tenemos, como esperpéntico ejemplo, a Mr. Trump).

El crecimiento tiene límites porque la tierra es finita y actualmente está en situación agónica. Ya no puede dar pan para toda la humanidad. (Desde el 01 de agosto, según los expertos en el tema, hemos agotado el presupuesto ecológico que genera la Tierra para todo el año; y ya desde 1970 se viene advirtiendo que la huella ecológica va creciendo en proporción alarmante. De seguir a este ritmo, para el 2050 se necesitarán tres Planetas Tierra para alimentar a la humanidad).

[El Occidente desarrollado y guerrista ha cedido a la “tentación del pan”, rompiendo nuestra vinculación vital con la tierra. Nos hemos creído, justificándolo en dudosos planteamientos bíblicos (Lyn White), dueños de la Tierra y que sus recursos eran ilimitados. Pero ya es hora de empezar a pensar que con menos harina, por más que agrandemos el horno o multipliquemos los cocineros, no vamos a producir más pan].

En definitiva, el capitalismo no resuelve sino acrecienta el problema del pan y pone en constante riesgo la paz.

2ª La solución ecológica. No obstante, hay vida más allá de la economía occidental y capitalista. Aunque minoritaria y más selectiva, existe también la “economía ecológica”, la que ya desde los años 90 se llamaba “biomímesis” o ciencia que estudia y toma la naturaleza como fuente de inspiración. Más tarde se ha llamado “bioeconomía” o ciencia de la gestión de la sostenibilidad.

Esta forma de abordar la cuestión del pan no pone su mayor acento en el crecimiento cualquier precio, —registrable en el PIB o bienes y servicios sin más—, sino en todo aquello que hace que “la vida valga la pena ser vivida”.

Su mayor riqueza o novedad no está en la acumulación de bienes materiales, sino en el tiempo que tenemos para vivir, soñar, amar. Y este tiempo se limita cuando tenemos que emplearlo en cuidar los bienes, protegerlos, defenderlos, etc.
Esta forma de asegurarnos el pan y la paz de cada día, y evitar los conflictos y la guerra, da mayor importancia al bien-estar que al bien-tener, más al buen-vivir/convivir que al vivir-bien.

El Sumak Kawsay que refleja, entre los pueblos originarios, otro modo alternativo de abordar el problema del pan y de la paz, puede aportarnos una buena ayuda para superar la política económica neoliberal que no solo no ha encontrado el modo de hacer frente con éxito a los problemas del pan y de la paz, sino que, con su apuesta por el crecimiento sin límites y su forma de producción, los acrecienta.

En la actualidad, varios países, entre ellos Bolivia y el Ecuador, han inspirado sus constituciones en el Sumak Kawsay. Los 16 artículos en los que la constitución ecuatoriana recoge diferentes dimensiones prácticas del buen-vivir muestran un buen ejemplo a seguir. El preámbulo de la Constitución comienza así: “Nosotros y nosotras el pueblo soberano del Ecuador, reconociendo nuestras raíces milenarias, forjadas por mujeres y hombres de distintos pueblos, celebrando a la naturaleza, la Pacha Mama, de la que somos parte y que es vital para nuestra experiencia… (sigue una larga invocación a Dios, a las religiones y a la sabiduría de las diversas culturas), decidimos construir una nueva forma de convivencia ciudadana, en diversidad y armonía con la naturaleza, para alcanzar el buen vivir, el Sumak Kawsay”, etc.

Finalmente, esta apuesta por el buen vivir para un cristiano no está lejos de la utopía del Reino de Dios anunciado por Jesús de Nazaret.

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