Las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La Iglesia de Jesús, Iglesia de los pobres. Benjamín Forcano
Las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La Iglesia de Jesús, Iglesia de los pobres Benjamín Forcano Enviado a la página web de Redes Cristianas I- LAS NARRACIONES DE MARCOS, LUCAS Y MATEO II- DESCARTADA UNA INTERPRETACIÓN LITERAL. III- POR QUÉ
Enviado a la página web de Redes Cristianas
I- LAS NARRACIONES DE MARCOS, LUCAS Y MATEO
II- DESCARTADA UNA INTERPRETACIÓN LITERAL.
III- POR QUÉ SON DICHOSOS LOS POBRES. (FRAY MARCOS).
IV- VATICANO II: LA IGLESIA ES LA IGLESIA DE LOS POBRES.
V- INCONFUNDIBLE EL MENSAJE ESENCIAL.
I-LAS NARRACIONES DE MARCOS, LUCAS Y
MATEO.
MARCOS 3, 3
Jesús, a quien mucha gente le venía siguiendo desde otras ciudades, avanzó hacia una
montaña y decidió subir a ella con sus discípulos.
LUCAS, 6, 15-23
Jesús, que estaba en la montaña, acompañado de sus discípulos, vió la gran
muchedumbre que le esperaba, bajó hacia ellos y mirándolos, les dijo:
“Dichosos vosotros los pobres, dichosos los que ahora pasáis hambre, dichosos los que ahora lloráis, dichosos cuando os odien, os expulsen, os insulten y divulguen mala fama por causa de este hombre. Alegraos ese día y saltar de gozo, mirad que
os va a dar Dios una gran recompensa; porque así es como los antepasados de éstos trataban a los falsos profetas.
Pero, ay de vosotros, los ricos
Ay, de los que ahora estáis saciados,
Ay, de los que ahora reís,
Ay, si todo el mundo habla bien de vosotros,
porque así es como los antepasados de éstos
trataban a los falsos profetas.
MATEO, 1- 16
Jesús, al pie de la montaña y con los
discípulos a su lado, buscó asiento y se puso a
enseñarles así:
DICHOSOS: los que eligen ser pobres, los que
sufren,los que tienen hambre y sed de justicia, los que
prestan ayuda, los limpios de corazón, los que trabajan
por la paz, los perseguidos y calumniados.
Tienen a Dios por rey, recibirán consuelo,
heredarán el cielo, recibirán de Dios una gran
recompensa. Son según Dios los ha hecho: SAL DE LA
TIERRA, LUZ DEL MUNDO, MUESTRA DEL BIEN,
MOTIVO para que los hombres glorifiquen al Padre del
cielo.
II- DESCARTADA UNA INTERPRETACIÓN LITERAL
Las Bienaventuranzas, programa central de Jesús
de Nazaret, sin duda el más comentado de los
Evangelios, nos compromete a presentarlo en lo que de
verdad significa, sin merma ni vuelta alguna. Digo esto
porque en el intento de abordarlo, autores muy
versados en el saber bíblico- teológico nos advierten
que no sólo es difícil sino casi imposible de
comprender:
“La interpretación literal no tiene ni pies ni cabeza.
El colmo del cinismo llegó cuando se intentó
convencer al pobre de que aguantara estoicamente su
pobreza, incluso diera gracias a Dios por ella, porque
se lo iba a pagar con creces en el más allá. Si para
mantener la esperanza tenemos que echar mano de un
más allá, malo”. (Fray Marcos)
Declarar dichosos a los pobres, a los que pasan
hambre y a los que lloran suena casi a blasfemia. Y
cuando Jesús declara que hay que alegrarse y saltar de
gozo ya en esta vida cuando se experimenta el odio, la
exclusión, el insulto por ser discípulo suyo, ¿no es
razón para exclamar: está loco Jesús? ¿No es un
masoquista consigo mismo y un sádico con sus
discípulos? (José Luis Sicre)
III- ¿POR QUÉ SON DICHOSOS LOS POBRES?
Fray Marcos.
Lo que determina una mayor o menor plenitud humana no es
el hecho de ser pobre o rico sino la actitud vital de cada uno.
Además, el pobre es dichoso, no por ser pobre, sino porque él
no es causa de que otro sufra. Dichoso porque, a pesar de todo, él
puede desplegar su humanidad. De la misma manera el rico no es
maldecido por ser rico, sino por poner su confianza en la riqueza y
desentenderse de lo humano que hay en él. Este es el profundo
mensaje de las bienaventuranzas.
Bienaventurado el pobre, si no permite que su “pobreza” le
atenace. Bienaventurado el rico, si no se deja dominar por su
“riqueza”….
Ser dichoso es ser libre de toda atadura que te impida
desplegar tu humanidad. Las bienaventuranzas no son un sí de
Dios a la pobreza ni al sufrimiento, sino un rotundo no de Dios a las
situaciones de injusticia. Siempre que actuamos desde el egoísmo
hay injusticia. Siempre que impedimos que el otro crezca hay
injusticia.
Las bienaventuranzas quieren decir, que, aún en las peores
circunstancias que podamos imaginar, las posibilidades de ser
humanos en plenitud, no nos las puede arrebatar nadie… Si
creemos que la felicidad nos llega del consumir, no hemos
descubierto la alegría de ser. Al poner la confianza en las
seguridades externas, en el hedonismo absoluto, estamos
equivocándonos y en vez de felicidad encontramos desdicha.
Nunca se ha consumido más y sin embargo nunca ha habido
tanta infelicidad. Al añadir Lucas ¡Ay de vosotros los ricos!, deja
claro que no habría pobres si no hubiera ricos. La parábola del rico
Epulón lo deja claro. El problema era no haberse enterado de que
Lázaro estaba a la puerta. Sin Lázaro a la puerta, su riqueza no
tendría nada de malo. El evangelio no da valor a la pobreza en sí,
sino a no ser causa de la pobreza de otro.
Decimos: Yo no puedo hacer nada por evitar el hambre. No se
te pide que elimines la injusticia en el mundo sino de que tú salgas
de toda injusticia. Se trata de que tú salgas de toda inhumanidad.
Los “ricos” somos los que tenemos que cambiar buscando esa
humanidad que nos falta. Tu salvación está en no ser causa de
opresión para nadie. Si damos de comer al pobre le salvamos la
vida. Si salgo de mi egoísmo, salvo la vida al pobre y me libero de
mi inhumanidad, que es más importante.
Las bienaventuranzas presuponen una experiencia del Reino
de Dios, que es Dios mismo como fundamento de mi ser. El primer
paso hacia esa actitud es el superar el egoísmo que nos lleva al
individualismo, dejar de creer que somos lo que no somos y vivir de
ese engaño.
IV- VATICANO II: LA IGLESIA ES LA IGLESIA DE LOS POBRES.
Si tenemos claro que la Iglesia surge y es toda ella
con referencia a Jesús de Nazaret, para una misión
concreta: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque él
me ha ungido para que de la Buena Noticia a los pobres.
Me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos y la
libertad a los oprimidos” (Luc 4,18) y si esta Iglesia viene
existiendo desde hace más de 2000 años ¿se puede
demostrar que ha vivido para dar la libertad a los pobres, a
los cautivos y oprimidos?
Siempre hubo en la Iglesia testigos admirables de la
causa de los pobres, pero sin que en ella se dejara de
justificar la desigualdad estructural de una doble clase.
Recibimos desde siglos anteriores, la peligrosa
doctrina de identificar la Iglesia con el clero.
La hegemonía casi absoluta del clero dentro de la Iglesia y la anulación
del protagonismo y responsabilidad de los fieles, trajo
consecuencias muy graves: haber establecido la
clasificación bipolar entre laicos (fieles) y clérigos,
confiriéndole una diferencia esencial; concebir a la Iglesia
como una sociedad de desiguales; dejar fuera de ella la
realidad del mundo, como impropia para construir el reino
de Dios y desechar como inválido cualquier plan humano
de perfeccionamiento ético-religioso; considerar a la Iglesia
católica como “sociedad perfecta”, indefectible, no
necesitada del mundo, depositaria de la verdad, del bien y
única transmisora de esa salvación; la Iglesia estaba por
encima de toda realidad humana, cultural, religiosa y
política, y no debía someterse a ninguna instancia externa.
Ella podía juzgar a todos, sin que pueda ser juzgada por
nadie.
Quedaba así exenta y libre, sin tener que seguir las
leyes civiles democráticamente establecidas y
considerándose por encima de la Ética civil, de los Estados
y de las Religiones.
El Vaticano II, dio una vuelta radical a esta
mentalidad.
“La personal dignidad y libertad del hombre no
encuentra en ninguna ley humana mayor seguridad que la
encuentra en el Evangelio de Cristo, confiado a la Iglesia.
Pues este Evangelio proclama y enuncia la libertad de los
hijos de Dios, rechaza toda esclavitud, respeta como santa
la dignidad de la conciencia y la libertad de sus decisiones,
amonesta continuamente a revalorizar todos los talentos
humanos en el servicio de Dios y de los hombres. Y, así, la
Iglesia proclama los derechos humanos y reconoce y
estima en mucho el dinamismo de nuestro tiempo, con el
que se promueve estos derechos por todas partes” (GS,
41).
El concilio Vaticano II se vivió como el acontecimiento
más importante de la Iglesia en el siglo XX.
Sabíamos del conocimiento y fidelidad a un modelo
anterior, claro, uniforme, pormenorizadamente diseñado
para todos los sectores y ámbitos de la Iglesia,
celosamente custodiado por la autoridad, pero nos
abríamos a otro modelo más plural, más libre, donde
contaba mayormente la iniciativa, el protagonismo y la
creatividad del nuevo sentir de la Iglesia. Dicho modelo se
había ido fraguando lentamente en la conciencia cristiana,
reflejado de un manera inequívoca en “La opción por lo
pobres”.
Opción que implicaba:
1.- Volver a Cristo, norma fundante y fundamental de
la Iglesia.
No hay reforma posible en la Iglesia, ni más futuro
para ella que el que viene de Jesús. La Iglesia sólo fue
grande cuando ensayó humildemente el seguimiento de
Jesús. Para discernir lo que es abuso, desviación o
infidelidad en la Iglesia no tenemos más medida que el
Evangelio.
Jesús no fue un soberano de este mundo, no fue
rico, sino que vivió como un aldeano pobre y, por su
programa: “anuncio del Reino de Dios: dignidad, igualdad y
emancipación de los más pobres” fueron los grandes de
este mundo -imperio y sinagoga- los que lo persiguieron y
eliminaron.
Su condena a morir en la cruz, arrojado fuera de la
ciudad como a un estercolero, es la muestra suprema de su
incompatibilidad con los señores de este mundo.
Destrozado por el poder, es el siervo sufriente, imagen de
otros innumerables siervos, derrotados por los que
gobiernan y se hacen llamar señores, pero acreditado y
resucitado por Dios mismo.
2.- Volver a una Iglesia anunciadora del Reino y
servidora.
(LG, 5). Lo que Dios desea para el mundo, en
perspectiva cristiana, lo ha hecho manifiesto a través de
Jesús. Nunca la Iglesia es meta de sí misma. La salvación
viene de Jesús, no de la Iglesia. Nunca ella tuvo otro
Señor.
Cristo mismo no se anunció a sí mismo, ni se predicó
a sí mismo sino al Reino. La Iglesia, discípula y seguidora
suya, debe hacer lo mismo. Su vocación es servir, no
dominar. Este servicio debe hacerlo viviendo en el mundo,
sintiéndose parte del mundo y en solidaridad con él, pues
“el mundo es el único tema por el que Dios se interesa”. Y
ahí, con humilde acompañamiento, ayudar a hacer
inteligible y digna la vida, y hacer de ella una comunidad de
iguales, sin castas ni clases, sin ricos ni mendigos, sin
imposiciones ni anatemas y sin recetarios de moral sexual.
3.- Volver a una Iglesia democrática y
democratizadora que haga real la igualdad.
“En el Pueblo de Dios es común la dignidad de los
miembros, común la gracia de la filiación; común la llamada
a la perfección: una sola salvación, única la esperanza e
indivisa la caridad. No hay, en Cristo y en la Iglesia ninguna
desigualdad por razón de la raza, de la nacionalidad, de la
condición social o del sexo, porque no hay judío ni griego;
no hay siervo o libre; no hay varón ni mujer. Pues todos
vosotros sois “uno” en Cristo Jesús (Gal 3,28 gr.; Col 3,
11)” (LG, 32).
“Existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a
la dignidad y a la acción común a todos los fieles en orden
a la edificación del Cuerpo de Cristo” (LG, 32).
La democratización de la Iglesia es asunto suyo vital
para que pueda adquirir credibilidad en la sociedad actual,
pero esa democratización no es posible sin lograr una
auténtica convivencia de hermanos e iguales.
Para emprender este camino hay que partir de la vida
de Jesús, el cual, siendo laico, “produjo un cambio de
sacerdocio” (Hb 7,12), “fue sacerdote por la fuerza de una
vida indestructible” (Hb 7,16).
La constitución del sacerdocio de Jesús está en que
“se asemeja a sus hermanos, es compasivo, prueba el
sufrimiento, ofrece en su vida mortal oraciones a gritos y
lágrimas, es decir, se identifica con su pueblo, sin
avergonzarse de llamarlos hermanos”.
La vida entera de Jesús fue una vida sacerdotal, en el
sentido de que se hizo hombre, fue un pobre, luchó por la
justicia, fustigó los vicios del poder, se identificó con los
más oprimidos, los defendió, acogió y trató sin
discriminación a las mujeres, entró en conflicto con los que
tenían otra imagen de Dios y de la religión y tuvo que
aceptar por fidelidad ser perseguido y morir crucificado
fuera de la ciudad. Este original sacerdocio de Jesús es el
que hay que proseguir en la historia. Es lo que enseña el
Vaticano II: “Todos los bautizados son consagrados como
sacerdocio santo” (LG, 10).
La Iglesia entera, pueblo de Dios, prosigue el
sacerdocio de Cristo, sin perder la laicidad, en el ámbito de
lo profano e inmundo, de los echados fuera. Este
sacerdocio es lo primero y sustancial; el otro, el presbiteral,
es un ministerio, pero como ordenado al común es
posterior, secundario y de servicio.
4.- Volver a una Iglesia profundamente humana con
una nueva relación con el mundo
El cambio de relación de la Iglesia con el mundo es
uno de los cambios mayores operados por el Vaticano II. El
concilio se abría con inmensa simpatía al mundo, a la
ciencia, al progreso, a los valores humanos, a la
colaboración entre la ciencia y la fe, al respeto de la
autonomía de lo creado y a los derechos de la razón, de la
ciencia y de la libertad” (GS, 41).
Complace volver a recordar las palabras del papa
Pablo VI: “Vosotros, humanistas modernos, reconoced
nuestro nuevo humanismo: también nosotros -y más que
nadie- somos promotores del hombre” (Pablo VI, 7-XII-
1965, nº 8).
Todo lo anterior supone una nueva relación de la
Iglesia con el mundo basada en el diálogo. La Iglesia ya no
era la monopolizadora de la verdad ni podía sentar cátedra
en mil cuestiones humanas ni podía sostener actitudes que
denotasen arrogancia o superioridad. Debía, más bien, salir
al arena común, con llana humildad y compartir esa
búsqueda común de la verdad.
El diálogo debía preceder a la misión como una simple
actitud de escucha, para construir sobre lo común antes
que insistir en lo diferenciador.
Lo cristiano tiene su sustrato, primero y más
importante, en lo humano. No se puede ser cristiano sin ser
primero persona. Y la persona ofrece una estructura y un
abanico de características que no son patrimonio de nadie,
sino de la humanidad entera.
5.- Volver a una Iglesia de los pobres
El concilio recogió esta profunda orientación: “Cristo
fue enviado por el Padre a evangelizar a los pobres, así
también la Iglesia abraza con su amor a todos los afligidos
por la debilidad humana; más aún reconoce en los pobres y
en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y
paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y
procura servir en ellos a Cristo” (LG,8).
Sería el episcopado latinoamericano quien de una
manera especial en sus encuentros de Medellín y Puebla,
impulsaría esta pauta fundamental conciliar:
”El particular mandato del Señor de evangelizar a los
pobres debe llevarnos a dar preferencia efectiva a los
sectores más pobres y necesitados y a los segregados por
cualquier causa” (Idem,14,III, 9).
“La solidaridad con los pobres significa hacer nuestros
sus problemas y sus luchas, hablar de ellos. Esto ha de
concretarse en la denuncia de las injusticias y la opresión,
en la lucha cristiana contra la intolerable situación que
soporta con frecuencia el pobre, en la disposición al diálogo
con los grupos responsables de esa situación para hacerles
comprender sus obligaciones” (Idem,14,III,10).
Ciertamente, esta opción conciliar hizo que
muchísimos cristianos se replantearan la orientación de su
vida, llevó a muchas congregaciones religiosas a revisar
sus normas y modos de vida, hizo surgir en buena parte del
episcopado un talante reformador, libre, profético e hizo
florecer en muchísimos lugares el martirio como fruto del
compromiso por la liberación.
V- INCONFUNDIBLE EL MENSAJE ESENCIAL.
1) Seguir a Jesús, el profeta.
Uno es creyente cristiano porque opta libremente por
entender y vivir la vida como Jesús de Nazaret. Este
hombre tuvo un estilo, una manera de ser y actuar, que
debe ser la propia de quien quiera seguirlo.
Ahora, ¿cuál fue el estilo de vida de este hombre? Esa
es la cuestión y en averiguar esto, está la clave para
entender la pluralidad del cristianismo y discernir quiénes,
entre los cristianos, lo son de verdad o no.
Jesús de Nazaret, no hay más que uno y fue como fue
y no cómo nosotros, cada uno, se lo quiera imaginar. Esa
vida de Jesús está hoy descrita con base en la historia y
conocemos muy bien cuál fue su praxis individual, social,
política y religiosa, y cómo fue incompatible con otros
programas y poderes de su sociedad. Jesús no fue neutral
ante nada, porque la vida es siempre definida y nada de lo
que se hace con ella resulta neutro o irrelevante. Y los
poderes -el político y religioso, la sinagoga y el imperio- lo
vieron mal, descolocado, sobrante, enemigo. Y lo
exterminaron.
2) Seguir a Jesús para liberar a los pobres.
Lo dijo Jesús mismo en el discurso inicial de su vida
pública: “El Señor me ha ungido para que dé la buena
noticia a los pobres, me ha enviado para anunciar la
libertad a los cautivos, para poner en libertad a los
oprimidos” (Lc 4, 15-19).
La existencia de los pobres denuncia por sí misma
una relación dialéctica: los ricos se han hecho tales
desposeyendo a los pobres de lo que era suyo. Hay pobres
porque hay ricos, hay una mayoría de pobres porque hay
una minoría de ricos.
Quizás lo más llamativo de esto es que, en la
perspectiva de Jesús, los pobres son un lugar teológico, es
decir, resultan la máxima y más escandalosa presencia del
Dios cristiano en la sociedad. En Jesús de Nazaret, Dios se
manifiesta haciéndose uno de nosotros, optando a favor de
los desheredados, contra la explotación de los poderosos,
Dios toma partido contra los empobrecedores. Y esto
resulta escandaloso para los judíos y los griegos, los
piadosos e intelectuales. En Jesús es inocultable el
escándalo de un Dios impotente y crucificado.
Con toda propiedad, pues, a la Iglesia se la puede
llamar Iglesia de los pobres. Sin esta propiedad dejaría de
ser la Iglesia de Cristo. Lo cual quiere decir que si en el
Reino de Dios los pobres gozan de una prioridad
indiscutible, siendo que la Iglesia está subordinada al
Reino, también en la Iglesia los pobres deben gozar de
esa prioridad.
Pero para ser Iglesia de los pobres, la Iglesia debía
volver a ubicarse en el lugar de los pobres. La Iglesia está
siempre ubicada, ¿en qué lugar? Por esa razón, el teólogo
mártir Ignacio Ellacuría escribía: “No es lo mismo proponer
el mensaje cristiano desde el lugar social que constituyen
las clases dominantes, sean políticas o económicas, que
desde la clases dominadas” (Ellacuría, I. Teólogo mártir por
la liberación del pueblo, Nueva Utopía, Madrid, 1990, pg.).
De aquí que el profeta y poeta obispo Casaldáliga,
enviara a uno de los Congresos deTeología en Madrid
estas palabras:
“Evangelio y pobres son sinónimos. A la pregunta de
qué queda de los pobres, qué queda de la opción por los
pobres, qué queda de la teología de la liberación, yo
respondo siempre que quedan los pobres, qué queda el
Dios de los pobres.
Mientras haya Evangelio y personas dispuestas a
pensarlo y, sobre todo, a practicarlo, habrá opción por los
pobres. Este es el gran escándalo, la herejía suprema de
nuestros tiempos.
Con mucha frecuencia los obispos creemos que
tenemos la razón, normalmente creemos que la tenemos
siempre, lo que pasa es que no siempre tenemos la verdad,
sobre todo la verdad teológica, de modo que pido a los
teólogos que no nos dejen en una dogmática ignorancia.
Y aprovecho la ocasión para quitarme la mitra delante
de ellos y ellas, incluso para reparar la predisposición, una
especie de predisposición innata, casi instintiva de ciertos
obispos, de la jerarquía en general, bastante en general,
con respecto a los teólogos. Les pido a los teólogos y
teólogas que sigan ayudándonos” Pedro Casaldáliga, “Los
pobres, interpelación a la Iglesia”, en XVI CONGRESO DE
TEOLOGIA, 1996, Centro Evangelio y Liberación pp.123-
124,126).
Y sirvan de cierre estas palabras del mismo
Casaldáliga:
“En la vísperas del tercer milenio, se está recordando
la sentencia de Karl Rhaner S.J.: “en el siglo XXI un
cristiano o será místico o no será cristiano”.
Yo voy a corregir a Karl Rhaner. Que conste qué lo
considero el mayor teólogo de este siglo.
Yo creo con la más estremecida convicción
evangélica, que hoy, ya en el siglo XXI, un cristiano o
cristiana, o es pobre aliado o aliada visceralmente de los
pobres, enrolado en la causa de los oprimidos o no es
cristiano, o cristiana. Somos buenos samaritanos, o
negamos el Evangelio. Ninguna de las notas famosas de
la Iglesia se mantiene en pie, si la Iglesia olvida esta nota
fundamental, la más evangélica de todas: la opción por los
pobres. Así nos interpela Dios, el Dios del Evangelio de los
pobres” (Idem, Pgs. 128-129).